La de La Rioja con el ferrocarril es una relación de afecto no correspondido. En el mejor de los casos, de un afecto escasamente compensado al menos en la última década del pasado siglo y en las dos primeras del actual, cuando en España se ... está sustanciando la modernización del llamado a ser medio de transporte terrestre del futuro más inmediato. La pandemia, que ha acelerado la implantación de un modelo socioeconómico sostenible, señala al ferrocarril como eje central de inversiones millonarias en infraestructuras. Y, o el cambio de rumbo es súbito o todo indica que La Rioja quedará fuera de esa fabulosa red ferroviaria con la que España se anuncia como modelo en Europa.

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Hace 18 años partía de la desaparecida estación de Logroño el primer Altaria capaz de dejar en poco más de tres y media las cinco largas horas que hasta entonces se invertía para viajar en tren hasta Madrid. Ese Altaria, primero, y el Alvia actual desde cuatro años después se presentaban a bombo y platillo como el primer paso de la que iba a ser una conexión ferroviaria de velocidad alta, propia del siglo XXI, que recortaría el tiempo de viaje desde Logroño hasta la capital de España por debajo de las dos horas.

Todo, desde entonces, han sido anuncios vagos, iniciativas inconcretadas o promesas electorales, cuando no disyuntivas incoherentes, como la de aquel excandidato a presidir el Gobierno español que llegó a afirmar sin ruborizarse: «Los riojanos tienen que plantearse si quieren recortes sociales o el AVE». Tal ha sido la desidia de los responsables políticos de todo color en los tres últimos lustros que los resultados a sus soflamas ferroviarias en tiempo de urnas se resumen en escasos avances, por no decir retrocesos, hacia un ferrocarril moderno. El último titular se lo llevó el «acuerdo histórico» que, propiciado desde el Gobierno regional, logró sumar a todos los partidos del arco parlamentario y a los agentes sociales para solicitar al Ministerio de Transportes un nuevo trazado de alta velocidad para La Rioja Alta.

La realidad, que es más terca que las buenas intenciones, es que La Rioja sigue sometida al trazado diseñado por el ingeniero Charles Vignoles para que el tren a vapor llegase a Logroño por primera vez el 21 de septiembre de 1863. Una infraestructura que no da más de sí para que continúe la evolución que el Altaria y el Alvia descorcharon y que parece instalada, ojalá que no sea de forma definitiva, en vía muerta.

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