Este es el final de una historieta que se cuentan una señora de incierta edad y una niña de dos años, de tú a tú, de lo que fuiste a lo que soy, de adónde ibas y mira dónde estoy. Caries y dientes de leche, ... juntos en la foto.

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– ¿Quién es?

– Yo, de cría.

– Pues miras como si te viniera un tren encima.

El tren del suspenso vuelve a atropellarla. La moceta que fue niña suspende porque lo que quiere es de dones y llamadas y de eso no hay asignatura. La compincha María Jesús los tiene, su cate es la puerta de su destino: ser artista, cabaretera, con o sin frufrú, saramontiel. Comparte penas el Duque, hermano de la compincha Pilar, acostumbrado a suspender. Su padre lo ve arquitecto; él ve atentado público.

– Se me caerán las casas.

Atufados por el hollín, recogen el día en los bancos de la estación del tren. Al principio el jefe protesta, le cuentan que estudian mientras llega el tren del norte, los comprende y saca unas pipas. Él también suspendía. Amalia les compra castañas asadas con las perrillas que le manda su tía de Salamanca, donde seguirá estudios para ser médica.

Cuando el tren arranque se cerrarán las puertas de la ciudad, los amigos de todas las tardes, las vacas con estrellas en las astas, Mafalda de Castilla, ay, que seguirá muriendo, sola como todos los muertos, con sus huesillos esperando las trompetas de Jericó. Se llevan la ciudad en los pies, paseo de despedida va, paseo del adiós que viene, más kilómetros andados de los que tiene el mapa: del resplandor de la Catedral a las roñas de El Sobrao, del fresquito de Las Fuentecillas a las nevadas de Fuentes Blancas, de las sentadas en el cine parroquial a las cabecillas asadas en el Ventorro.

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– Ninguna ciudad será esta ciudad.

– Ni nosotros seremos nunca lo que somos.

Llega el Talgo. No es el suyo, esperan al expreso Madrid-Irún. La Chucha se quedará en Briviesca. Ella torcerá hacia el Ebro. El Duque seguirá hasta Bilbao.

– M'apañao mi padre un tajo d'aprendiz en Altos Hornos. Ganaré poco, pero en cuanto pueda, Francia está cerca.

– Cada uno a una punta. Ni sabremos dónde.

– Se nos trastornarán los puntos cardinales.

– Siempre nos quedará el río, Duquesito.

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Ningún río será este río, río niño que acaricia y se deja acariciar, guipur de remolinos, tintineo de campanillas blancas, ocasionalmente trombones a la gresca cuando descarga La Demanda. Retozón ballet del esternón urbano.

El tren arranca, llega al sol de Miranda y, tras el trasbordo, descubre ante el gran río su vocación de barco, las ventanillas se inundan de reflejos y desliza a la moceta que fue niña por vías paralelas, agua y hierro, hacia un horizonte de guardia.

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