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Parafraseando a don Hilarión en La verbena de la Paloma, hoy las cosas progresan que es una barbaridad, pero algunas mucho más que otras, como el Gobierno del Reino de España. El último gabinete de Rajoy contaba con un presidente, una vicepresidenta y doce ministros, ... y el actual de Sánchez lo componen un presidente, tres vicepresidentas y dieciocho ministros. 22 frente a 13, un 70% más de poltronas apretujadas en torno a la mesa ovalada del Consejo. Desde luego, nadie podrá negar que forman un «Gobierno de progreso», dado lo mucho que han progresado todos.
Analizando los ministerios de este gabinete de coadicción (al poder), podemos distinguir tres categorías, de más a menos relevancia: primero, los de toda la vida o inevitables: Sanidad, Educación, Hacienda, Defensa, Transportes, Interior, Agricultura, etc. Luego, los desprendidos de otros para colocar a los socios, como Consumo e Igualdad (desgajados de Sanidad), Ciencia y Universidades (antes el mismo) o Educación y Cultura/Deportes (lo mismo). Finalmente, los ministerios y subministerios inventados con nombres de política-ficción como Transformación Digital, Transición Ecológica y Reto Demográfico, Agenda Urbana, Igualdad, Memoria Democrática, Agenda 2030, Inclusión o Migraciones. No nos extrañaría que, en la próxima remodelación ministerial, el presidente continuara su política de progreso creando departamentos de Memoria Histórica, Activismo Feminista, Desnivelación Territorial, Lucha Antifascista o Adoctrinamiento Socioemocional y Perspectiva de Género. Cualquier cosa menos Lucha contra el Desempleo, Salario Digno, Fomento de la Natalidad, Creación de Riqueza, Emancipación de la Juventud o Dejarse de Chorradas y Ocuparse de lo Importante.
Con tanto ministro y ministril soltando ocurrencias, planeando disparates y tuiteando sandeces, pegándole patadas a la Real Academia, pasándose por la bragadura al Poder Judicial, insultando a la oposición, premiando a los enemigos del Estado que gobiernan y castigando a quienes más lo sostienen, demostrando ineptitud y/o indigencia cultural e intelectual, incapaces de contener el precio de los recursos más necesarios y no digamos del gasto público, pero amenazando siempre con estrujar todavía más al contribuyente, los ciudadanos agradecemos infinito al calendario la llegada del mes de agosto, porque entonces todas y todos salen pitando en busca de su lugar bajo el sol y nos dejan tranquilos hasta su inevitable regreso a la mesa oval con las pilas del joder, perdón, del poder, bien recargadas.
Bendita seas, tregua agosteña, por permitirnos fantasear, siquiera durante tres semanas al año, que estamos a salvo de un mal tan endémico, crónico, incurable y sin vacuna posible como el Gobierno de la nación.
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