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En mi última columna enviaba un mensaje de precaución porque, a pesar de la caída de los contagios, el verano entrante, el prometedor repunte económico y la relajación de las medidas de contención, el virus continuaba entre nosotros. Dos semanas después, las cifras auguran una ... posible nueva ola pandémica.
La COVID-19 no da tregua pero, quizás, algunas conductas ciudadanas jueguen a su favor, como las conocidas imprudencias masivas en reuniones, viajes y otros comportamientos irresponsables. Según el Centro Europeo de Control y Prevención de Enfermedades, el 60% de ciudadanos tiene la primera dosis de vacunación, esperándose alcanzar el 70% en julio, cifras todavía insuficientes para la inmunidad colectiva. La situación epidemiológica europea muestra signos claros de empeoramiento, especialmente en España y Portugal; mientras Francia, Alemania, Italia y los Países del este tienen menos de 75 casos por 100.000 habitantes, España con el repunte de la ultima semana, fundamentalmente entre jóvenes, lo ha superado con Cataluña en cabeza, pero Andalucía, Aragón, Valencia, Cantabria y La Rioja tienen un alto nivel de riesgo creciente. La tasa de contagio se dispara por encima del 2,5; la edad de los contagiados baja a una media de 27,4 años y el impacto sanitario, hasta el momento, es alto en atención primaria pero no la hospitalaria. Las alertas se activan en numerosos periódicos europeos y españoles, tanto por el peligro sanitario como por la amenaza que supone para superar la crisis socio-económica.
La situación refleja la agresividad del virus y la irresponsabilidad ciudadana, ya que circula en sectores que menosprecian su peligrosidad, alto coste en vidas y recursos, además de otros efectos negativos como el decremento cognitivo de hasta un 40% entre los menores según estudios realizados, por ejemplo, en Francia o Bélgica.
Según la OMS, la creciente interacción social, la reactivación de viajes y la relajación de las medidas y comportamientos individuales son sus causas, en suma: peligrosidad del virus y fuerte componente de irresponsabilidad. Los países más cautos en levantar medidas de contención, como Noruega o Nueva Zelanda, tienen mejores cifras; los que han despreciado su peligro como Brasil o USA bajo Trump son los que acumulan más pérdidas. Errar es humano, pero la estupidez e irresponsabilidad (de políticos y ciudadanos) son desaconsejables, y un cambio sistémico como esta pandemia puede hacerlas aflorar en lugar de adoptar una ética de responsabilidad que, además del buen ritmo de vacunación, son imprescindibles para detener la quinta ola.
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