Pedro Sánchez mantuvo ayer un encuentro cronometrado en 49 segundos con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, que pareció casual pero había sido concertado así. El lenguaje gestual de la «conversación» que mantuvieron mientras se dirigían a la cumbre de la Alianza Atlántica reveló una exagerada indiferencia por parte del inquilino de la Casa Blanca, como si los cinco meses transcurridos desde que accedió al cargo en los que no ha sentido necesidad de comunicarse con el dirigente socialista obedeciesen a un olvido muy de fondo.
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La relevancia internacional de España se sitúa algunos peldaños por debajo de su peso en la economía mundial, de su situación geoestratégica, de ser la cuna de la segunda lengua con más hablantes y de su propio pasado como potencia. No es un problema que surja con el mandato de Sánchez, pero parece evidenciarse que el presidente actual tampoco acaba de ponerle remedio. Todo lo contrario, da la impresión de que nuestro país se ha empequeñecido en el ámbito internacional, como si su posición no contase demasiado. Solo el papel jugado en la negociación para que la UE en su conjunto se hiciese cargo de la recuperación tras el COVID puede consignarse a favor; y siempre a la espera de la capacidad que España muestre de obtener el máximo rendimiento de las ayudas disponibles. Pero ni contamos tanto como debiéramos en la Unión, ni somos determinantes en el Mediterráneo, ni se nos atiende en América Latina, ni las potencias en tensión –Estados Unidos, China y Rusia– acaban de situarnos en el mapa.
Hay dos factores domésticos que vienen descolocando a España. Por un lado, una coalición de Gobierno que con la presencia de Unidas Podemos desplaza a nuestro país –poco o mucho, según el momento– del eje que vertebra la política central en las sociedades democráticas. Por el otro, el daño que inflige la proyección exterior de la polarización partidaria, sin que exista una posición de Estado consensuada y duradera en el ámbito internacional. El contrapunto lo puso ayer la designación de Madrid para albergar la cumbre de la OTAN en 2022, en el 40 aniversario de nuestra adhesión. Una oportunidad que obliga a España a actuar como algo más que de anfitrión ante un encuentro que definirá el concepto de estrategia de la Alianza para los próximos años, y en especial lo que su secretario general, Jens Stoltenberg, denominó «los retos del Sur».
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