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Los trasteros son muy útiles. Allí guardas lo inservible y escondes lo que te estorba. Cierras la puerta y sientes alivio porque todo lo molesto desaparece de tu vista. Ploff... algún día volveré a mirar lo que hoy no quiero ver. Puede que un día ... abras la puerta del trastero y compruebes que lo que allí escondiste sigue esperándote para viajar del olvido al recuerdo de tiempos en los que te fueron útiles. Te mirarán con ojos lánguidos, como el perrito abandonado. Así nos ha ocurrido con los ancianos. Un día cerramos la puerta y los dejamos aparcados en el trastero del olvido.
El coronavirus, al robarnos el sueño de cuanto creíamos seguro, nos ha mostrado nuestra propia fragilidad y la de nuestras formas de organización social. Ha puesto en jaque nuestro sistema sanitario y el de las residencias de ancianos. Los recortes y la privatización continuada han llevado a disminuciones de plantilla, a precariedad laboral y a sueldos irrisorios. Todo ello ha minado nuestra red asistencial, tanto sanitaria como social. Al final siempre pierden los mismos. Donde hay miseria llega antes la desgracia y donde la edad ha minado cuerpo y mente la vulnerabilidad es infinita. En el primer caso se suplen las carencias con ayudas y oportunidades, en el caso de los ancianos con afecto y cuidados.
Cíclicamente conocemos noticias de maltrato a ancianos en residencias, pero nos olvidamos pronto. Nuestra memoria es frágil cuando queremos y fuerte si la precisamos. Esta semana de decepciones me han conmovido con angustia las imágenes sobre la vejación a ancianos en una residencia de Llíria (Valencia). La Fiscalía ha abierto una investigación penal. Por mucho que se adjudiquen motivos espurios a quien grabó las imágenes, lo difundido no deja de producir un escalofrío de indignación y de temor: todos vamos a ser viejos. Un anciano sin movilidad que se desploma en el suelo y al que nadie recoge; otro atado a la silla durante horas con los brazos llagados de abandono; una anciana que derrama su comida y tiene que sorber sobre la mesa; otra con una delgadez que asusta, famélica, desnuda, atada a la silla y acurrucada sobre sí misma como buscando quién sabe qué consuelo... Todos son la imagen viva de la soledad.
Estima Sanidad que 27.359 ancianos fallecieron en residencias durante la epidemia, dos tercios con coronavirus. Nunca sabremos la cifra real, igual que tampoco conoceremos cuántos ancianos mueren de soledad o en soledad. Siendo todo muy inquietante creo que debemos agradecer a los profesionales que hacen bien su trabajo su honestidad pero, el coronavirus ha revelado que el abandono de nuestro sistema sociosanitario se paga con dolor. Así es por mucho que algunos quieran esconderlo en el trastero. Mientras sucede lo importante nuestros representantes riñen en el Congreso.
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