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El proceso que desde ayer y durante varios meses juzgará al antiguo número dos de la Secretaría de Estado del Vaticano, Angelo Becciu, y otros nueve acusados por un grave escándalo financiero, marca un hito sin precedentes en uno de los principales desafíos que afronta ... el Papa desde su elección hace ocho años: proyectar su crítica de la corrupción y la especulación financiera sobre la actuación de la propia Iglesia católica. Por primera vez, un tribunal laico puede encausar a un miembro del Colegio Cardenalicio al que la investigación responsabiliza de la compra de un edificio en Londres que agujereó el patrimonio de la Santa Sede. La operación se sirvió incluso de los fondos para beneficencia y en ella intervino una turbia red de paraísos fiscales y especuladores profesionales. Al permitir que se levanten las alfombras de las finanzas, Francisco se arriesga a perder el control del escrutinio público. Pero el modo en que hace menos de un año fulminó a su hasta entonces amigo Becciu revela que su propósito de limpieza sigue adelante y alienta la esperanza de que se extienda al combate contra la pederastia. Una lucha en la que la voluntad de transparencia tiene aún mucho camino por recorrer.
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