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Hoy voy de cráneo. Mi ritmo circadiano anda convulso: ayer comencé con el cambio de rutinas domésticas para adaptar el consumo a la nueva estructura tarifaria de la factura eléctrica.
Me había instalado varias app para que me guiaran en el tortuoso camino. Tantas, que ... peté el móvil. Así que a lo de toda la vida: tiré de croquis con las discriminaciones horarias y distribución de tareas.
Aproveché el inicio del tramo llano (10 de la noche) para poner la lavadora, secadora y lavavajillas. Miedito me da encontrarme con la vecina, y eso que yo lo hice con intención de no molestar más allá de las 12 de la noche... A esa (intempetuosa) hora comenzaba el tramo valle. Y ahí estaba yo con mi vitro, mi horno y mi plancha. Un poco seco estará hoy el pescado al horno, sí, pero unos centimillos habré ahorrado. Y para próximos días me comprometo también a desayunar en hora valle. Hoy lo he hecho en hora punta, ya lo siento: la sobrecarga de anoche provocó que saltara el diferencial. El despertador electrónico se desconectó. Y esta mañana me he quedado dormida. Igual es que también estaba cansada por mi nueva rutina...
Menos mal que llega el fin de semana. Qué suerte que se consideran periodo valle los sábados, los domingos y los festivos de ámbito nacional. ¡Incluso el 6 de enero! Podré dedicarme el fin de semana a planchar, cocinar, limpiar y poner lavadoras. ¡A ver si me van a señalar por no ser partícipe de la transición energética! O de la conciliación. ¡Ah, no! Que no perseguía la nueva regulación ese asunto tan secundario como es la conciliación. No ya laboral. Ni siquiera familiar: la conciliación de una persona con su organización doméstica... y consigo misma.
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