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Donald Trump se aburre en los campos de golf de Palm Beach. Su retiro dorado en la Florida le proporciona una tranquilidad nada apetecible y no se ve como un jubilado más. Dedica sus mejores horas a controlar a distancia al partido republicano. Ha conseguido ... acallar cualquier intento de hacer autocrítica y de pasar página por parte de los legisladores conservadores. La base mantiene su fervoroso apoyo a Trump y suscribe a pies juntillas sus teorías conspiranoicas sobre la falta de limpieza en las elecciones o la conversión de los demócratas en peligrosos socialistas. Mientras el anterior presidente pasa así sus días y añora la batalla, en Nueva York avanzan los trámites para su procesamiento por el funcionamiento fraudulento de la organización empresarial Trump. La tenacidad del fiscal del distrito de Manhattan, Cy Vance, le ha llevado a superar todo tipo los obstáculos, legales y mediáticos, hasta situarse a las puertas de un juicio penal que puede revelar todo tipo de trampas y prácticas ilícitas en el emporio trumpista. Al equipo que prepara el pleito se ha sumado Mark Pomerantz, un veterano abogado experto en casos anti-Mafia y es muy posible que el exresponsable del departamento de Finanzas de la empresa de Trump colabore en la investigación.
Estamos realmente ante un guion clásico de película neoyorquina. El antiguo presidente en seguida ha calificado como «caza de brujas» a lo que se le viene encima y ha visto la oportunidad de utilizar el choque como un trampolín hacia las elecciones presidenciales de 2024. Pase lo que pase, es un episodio que le dará máxima publicidad y que puede manipular para presentarse como víctima de unos radicales que han tomado el sistema judicial. Los hechos, como de costumbre, no se corresponden con las alegaciones del magnate. Vance es un fiscal de largo recorrido, que tiene fuertes vínculos con el partido demócrata (su padre fue miembro de los gobiernos de Kennedy, Johnson y Carter), pero que en su larga carrera no se ha dejado llevar por sus preferencias políticas. Representa sin duda a la clase dirigente de la costa Este, contra la que Trump alberga un resentimiento feroz, al no haber sido nunca aceptado como uno más de ellos. Esto le basta al magnate neoyorquino para proyectarse como un mártir de la libertad de empresa y reconectar con la América olvidada. Joe Biden observa con preocupación cómo el partido republicano mantiene la estricta observancia trumpista. Sabe que si no consigue convertir los cuatro años anteriores en un paréntesis en la historia de la democracia de EE UU, la excepción será su mandato efímero.
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