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V er a Pablo Iglesias romperse las manos aplaudiendo a Aitor Esteban es un espectáculo maravilloso; para que luego digan que la izquierda y la derecha no pueden enamorarse. Igual es cosa de vivir en chalets y tener chófer, no sé, pero ahí estaba el ... líder de Podemos brillando de júbilo ante el portavoz de un partido nacionalista conservador fundado por un racista, xenófobo y misógino que da nombre a calles y plazas en toda Euskadi. «La mujer es inferior al hombre en cabeza y en corazón. ¿Qué sería de la mujer si el hombre no la amara? Bestia de carga, e instrumento de su bestial pasión: nada más». No le quitarán las placas a Sabino, pero ahí les hace falta algo de memoria histórica.
Esa contradicción de Podemos, que entre otras responsabilidades va a conducir el Ministerio de Igualdad, es insignificante en comparación con las del presidente del Gobierno. Pedro Sánchez ha incumplido tantas veces su palabra que hasta eso ha dejado de ser noticia. Su hemeroteca está hecha de incoherencias y cambios de rumbo imposibles de soportar para cualquier otro político que no sea él mismo. Eduardo Madina explicaba en una charla con Pablo Simón que en la política actual contradecirse una y mil veces no afecta a las dinámicas de voto. «Ya no opera el principio de contradicción. Puedo decir una cosa y mañana la contraria. Va todo tan rápido que parece un guion de Netflix o de HBO». El socialista vasco reconocía al menos que llevaba muy mal interpretar esas comedias.
Al contrario que Madina yo critico las contradicciones ajenas pero abrazo las mías igual que hace Pedro Sánchez. Por eso celebré con jolgorio imaginario la llegada de Figo al Real Madrid como si fuera un hermano robado al nacer al que nunca habíamos tenido en casa, pero despedacé mis recuerdos madridistas de Luis Enrique cuando hizo el viaje contrario y se puso a meter goles con el Barcelona. Eso también lo explica Madina en la charla. No lo del fútbol, sino lo de la política. «En un sistema multipartidista, sin traiciones no hay pacto». Ocurre en los despachos de los clubes igual que en los parlamentos, porque todos los negocios mafiosos se alimentan de sus propias deslealtades.
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