Si yo estuviera en la edad de escribir cartas a los Reyes Magos (que no, ya lo sé) me pediría para mi Rioja querida un PNV. O un PNR, que las siglas son lo de menos. Porque ellos, que son magos, me iban a entender: ... un partido que de vez en cuando diera la impresión de que La Rioja le importa aunque fuera un poquito.

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No me entiendan mal, a ver. Ya sé que a los políticos riojanos La Rioja les importa. Faltaría más. Pero tienen todos ellos un curioso problema: que esa preocupación se les va amustiando y empequeñeciendo según pasan Piqueras. Cuando llegan a Medinacelli ya les llega el riojanismo a las rodillas, y en cuanto entran por la Carrera de San Jerónimo se han convertido en perfectos diputados (o senadores) sin adscripción, que lo mismo podrían ser de la Región de Murcia.

Y así, cuando llega la hora de votar cosas de ésas que afectan a La Rioja y en las que hay que tomar postura ajena o crítica a su propio partido, ya no recuerdan si nacieron en Calahorra o en Alcalá de Guadaira. «¿La Rioja? Eso es donde hacen vinos, no?».

¿Estoy exagerando, creen? Pues que me lo demuestren, aunque sea por una vez. De repente Madrid se ha cargado de un plumazo las compensaciones a las que creíamos tener derecho por tener toda nuestra vida económica pegada a dos fiscalidades forales ventajistas. Es el momento de demostrar que no hace falta que los Reyes Magos nos traigan un PNV. Porque por ahora, la sensación es que nos iría mejor hablando euskera.

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