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Me quedo con este hallazgo lingüístico y político: hemos pasado de una república de ciudadanos a una república de fans. El autor de la brillante síntesis es un politólogo búlgaro, Ivan Krastev, que lo explica en un libro lúcido: 'La luz que se apaga'. Diagnostica ... el auge de los populistas en Europa, que han suspendido el concepto de ciudadanía -iguales en derechos y obligaciones-, por una determinada idea de familia, que pasa porque yo te defiendo porque eres de 'los nuestros', tengas o no razón.
La política ha entrado en tantas plazas de Europa y América en una fase de elogio efervescente de lo emocional. No se trata de argumentar o tener razón, tampoco sirven los datos y menos si son exactos, se trata de apelar a las emociones, a veces a la testiculina, como esa joven de la CUP en Cataluña que dice, muy seria, que no se trata de derechos individuales -esa antigualla pequeñoburguesa, añado yo-, sino de imponer la razón porque la tenemos. ¿Cabe mayor totalitarismo? El monopolio de la razón, fabrica industrial de monstruos a lo largo de la historia.
Pues ahí tenemos a lo que queda del que fue partido de la burguesía catalana, cupvergencia lo llaman con acierto, amarrado al jovial banco de los antisistema, llamando a 'apretar' a los que queman comercios, destrozan negocios o cortan las vías del AVE, en una suerte de pijerío borroka que ha decidido que el mañana les pertenece, porque ellos lo valen. Puro narcisismo.
Eso por el lado de los que hacen la vida imposible a los propios catalanes que trabajan, se desplazan con sus hijos y son atacados y humillados en sus derechos básicos. En el lado de los de 'a caballo' tenemos a los que se lo han tomado de manera reactiva y con exclusiones para quienes creen que la Constitución es un marco válido para la resolución de conflictos y que no se deben clausurar derechos conquistados.
El Estado español ha sido capaz de derrotar a uno de los desafíos más graves contra las libertades, el terrorismo de una banda que ensangrentó nuestra vida diaria y que se veía ganador hasta que la eficacia policial, las leyes fruto de la política, la acción de algunos jueces y la movilización ciudadana acabó con ellos.
Ahora nos encontramos con una mezcla de revolución totalitaria y frivolidad pija. Un afán egocéntrico de hacerse un selfie para la historia con los contenedores ardiendo, a falta de otras épicas más solventes, y de evitar sobre todo que le llamen a uno traidor por decir lo que algunas ya han reconocido: íbamos de farol. El nacionalismo catalán ha convertido a los ciudadanos en fans, en hooligans, a base de discursos que apelan a la butifarra y las judías frente a la Justicia, como acaba de hacer Torra (corte de mangas o ventosidad). Han creado un fondo ultra, una barra brava, a la que ahora no hay quien conduzca por criterios de racionalidad, de reconocimiento de la frustración, inherente a toda actividad política.
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