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Por motivaciones de trabajo no he prestado demasiado tiempo a enterarme de cómo transcurrió la manifestación de la Diada en Barcelona este jueves pasado. Sí oí, hallándome en una cafetería de Pamplona, que casi al final del evento un grupo de manifestantes arrojó adoquines contra ... las fuerzas del orden. Supuse entonces que a convocatorias tan numerosas acudirán personas de muchas clases, algo semejante a lo que ocurre en los grandes estadios, y hasta puede suceder que algunas de ellas se dediquen a arrojar artefactos más o menos chocantes que, por su propio contacto escasamente delicado, podrán producir pupa en lunas de comercios o en otras personas, por nombrar dos objetivos bastante comunes.
Tal actitud no me extrañó en absoluto, mas me defrauda un tanto que en este tipo de concentraciones vuelva a practicarse esta clase de lanzamiento porque en esas avenidas lo que ha de prevalecer por encima de todo lo demás es la alegría de una parte de un pueblo que muestra su gozo ideológico. ¿Es que esos individuos ignoran que atraerán muchas más simpatías hacia su causa con métodos más propios de una nación que forma parte de nuestra vieja y querida Europa? Desde esta sencilla columna este modesto ciudadano hace una llamada para que, por ejemplo, los lanzadores de pavimento, al pasar ante las cuadrillas de Mozos de Escuadra, Policía Nacional o Guardia Civil, sustituyan la peligrosa piedra por un envoltorio de papel con lacito amarillo, sí, pero que contenga unos versos con un mensaje parecido a este: «No te lanzo un improperio / ni te envío un adoquín, / que te escribo este poema / que firmaría Gaudí». Y, si entre los manifestantes mencionados hay asimismo jóvenes reivindicativas, ¿por qué ellas no cantarán líricamente coplas como la siguiente: «Apolíneos mancebos, / no empuñéis vuestras porras / y cantad unas joticas / de las que echan en Calahorra»? ¡Oh, sin duda alguna, estos comportamientos darían la vuelta al mundo y traerían a la mente de millones de ciudadanos aquella Revolución de los Claveles portuguesa, tan cara para quienes la vivimos (en foto... y en canciones).
No penséis que se quedó aquí mi reflexión; no me hace ninguna gracia que se arranquen adoquines así sin más. En muchas localidades de España dichas piedras provienen de antiguos monumentos civiles o religiosos desamortizados o ruinosos o abandonados, de cuyos sillares los Ayuntamientos echaron mano para empedrar y enlosar plazas, avenidas, rúas y calles, lugares que actualmente continuamos pisando los ciudadanos. Frecuentemente incluso, cuando se efectúan hoy obras en esos sitios, aparecen bajo el asfalto las piedras que nuestros paisanos canteros -entre ellos mi abuelo el de Moreda (Álava)- labraron para comodidad de nuestras pisadas. Así que no me toquen los adoquines para una finalidad ingrata, y menos hoy, día en que se lanza el cohete de las fiestas septembrinas en mi pueblo, del 14 al 18 incluido. Ustedes las gocen en el mío... o en el suyo o donde prefieran.
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