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Que resulta que ya soy rico y no me había enterado. El jueves pasado me encontraba leyendo en el comedor y, de repente, regresó el televisor. Sucede que se me debió de estropear hace medio año y ahí lo dejé; es que nunca ... le he hecho demasiado caso. Con que va y me dice que en las ciudades uno de los signos por los que se sabe cuáles son los barrios ricos y cuáles los pobres es la presencia de pájaros: si no se les ve el pelo, perdón, la pluma, perteneces al gremio de los descamisados; si planean grácilmente y gorjean en los árboles, habitas en la cofradía de los predestinados.
Oído lo cual, el televisor tornó a quedarse mudo y yo quedé pensativo porque a mi balcón acuden gorriones de continuo y, sin embargo, vivo en un barrio obrero. ¿Se habrá equivocado el televisor o la voz que, feliz, escuché? ¿Se habrá enterado el aparato de que poseo una finca en un término de campo denominado Valdeparaíso, en el cual no se divisa más que un árbol, precisamente mío, que lleva una semana tifo de pájaros, diáfano símbolo de riqueza? Se trata de un cerezo que ha hecho una gran amistad con los tordos. Varios amigos míos se quejan de que los estorninos no les dejan ni una cereza por probar, ni siquiera para que los nietillos tengan una idea de cómo son y a qué saben esos redondos frutos rojos.
Yo, por mi parte, hace varios años que ideé un remedio para tamaña rapiña. Lo he copiado desde la caída del sistema político del bipartidismo: hay que pactar. Así que en lo alto del árbol pongo un cartel con una jota que cambio en cada temporada de la cereza y que dice así, sin faltas de ortografía (que los tordos son muy suyos): «Queridos tordos amigos, / leed este documento: / las cerezas de este año / van al cincuenta por ciento». Y mano de santo, oiga; los estorninos no se pasan ni un pelo: mitad del frutal para un servidor y mitad para su familia; de tal manera que me atrevería a suministrar este delicioso postre durante una semana a todos los mocetes de Calahorra, sin exagerar. Pregúntenle por lo práctico de este método al cantador de jotas Diego Urmeneta; verán cómo me da la razón.
En fin, muy probablemente el lector habrá entendido que las aves no suelen tener una pluma de tontas; solamente hay que saber tratarlas. Ocurre algo semejante con los seres humanos, pero estos suelen fallar por avaricia; ansían todo para cada uno de ellos y esa aventura suele acabar mal en la mayoría de las ocasiones; no hay más que fijarse en el guirigay político actual, auténtico parque de atracciones. Vamos a ver qué pasa con los cerezos de España y de La Rioja. A mí con el mío me va muy bien. El día de San Bernabé paseé por Logroño escuchando variadas músicas, merqué pendientes y colgantes de Swarovski para unas amigas y, estando almorzando en El Gurugú, un peñista de la peña ASTER me regaló un jarrillo de los del Pez. Gracias, Tomás; desde el 11 de junio ocupa un lugar preferente en mi chamizo.
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