Me asomé con miedo a 'Escena del crimen: desaparición en el hotel Cecil', la serie documental de Netflix que reconstruía la muerte de Elisa Lam, una joven canadiense que hacía turismo por la costa oeste de Estados Unidos y se encontraba en Los Ángeles cuando ... desapareció en enero de 2013. Días más tarde, y ojo que esto es un espóiler si no conoces la historia, apareció ahogada en uno de los cuatro tanques ubicados en la azotea que el alojamiento utilizaba para suministrar agua al edificio. El asunto se viralizó antes de que el cadáver fuera encontrado debido a que, con el fin de rascar alguna pista, la Policía hizo público el último vídeo donde se veía con vida a la muchacha, grabado en el ascensor del hotel. Era escalofriante. Elisa entraba en el elevador y presionaba varios botones sin ton ni son. Después se asomaba a la puerta, miraba a la derecha y volvía a introducirse en el montacargas, esta vez, pegada a una de las esquinas, como si tratara de esconderse. Finalmente, salía al pasillo, movía los brazos y las manos de forma errática, y desaparecía. El vídeo recorrió todos los informativos y también apareció en 'Cuarto milenio'.

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Joe Berlinguer dirige la serie de cuatro capítulos y hace un buen papel a la hora de profundizar en la figura de Elisa, una joven introvertida e inteligente, diagnosticada de bipolaridad, y también abordando la historia del hotel, aunque acabe estirando su leyenda negra, de manera casi pueril. El gran problema de la serie es que da pábulo a todas las teorías conspiracionistas que 'ciberinvestigadores' con mucho tiempo libre alumbraron en torno a un caso que siempre estuvo relacionado con la enfermedad mental que padecía. Después de darles minutos y minutos, de nada sirve que al final contrarreste sus argumentos. Una tomadura de pelo.

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