En 1957 la reina de Inglaterra grabó el primer mensaje navideño a sus súbditos; antes se emitía por la radio, pero el impacto de aquella primera vez marcó un punto de inflexión. Después lo hicieron otros reyes y más tarde los políticos. En España Rajoy ... fue pionero en comparecer en un plasma para evitar ensuciarse el traje con las preguntas de los periodistas y esquivar ese contacto repulsivo con el votante, tan voluble y exigente. Qué se habrá creído el elector. Luego todo se aceleró y aquí, como en el resto del mundo, los gobernantes se marcharon a vivir al interior de las pantallas donde tienen el control y pueden parar, volver a grabar y repetir las veces que haga falta. De otro modo meten la pata siempre, titubean en la rueda de prensa, se equivocan en el debate y sale mal la entrevista; algunas se estropean después de haber terminado, como aquella de Iñaki Gabilondo a Zapatero en la que un micro abierto pilló a ZP confesando la vieja estrategia de siempre: «Tensión, a nosotros lo que nos conviene es que haya tensión»; qué adelantos, en el fondo todo el plan era un pasquín de los años 30.
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Las elecciones de Madrid, que como todo el mundo sabe son mucho más que eso, se libran en ese escenario: Ayuso se graba un vídeo corriendo, Iglesias le responde con otro en el que la llama «tía», la de Más Madrid sube un vídeo perreando, Gabilondo (el hermano) se graba admitiendo que es un soso... Es descorazonador ver que ya todo se expresa así, en un tiovivo enloquecido de imágenes sin sentido que caducan al instante.
Aquí también tenemos de eso. Vídeos de nuestros políticos, grabaciones, mensajitos ante los que uno no es más que un espectador; la democracia ha convertido al votante en público de un auditorio. Cuando Mario Herrera por fin salió a dar la cara lo hizo así, en un vídeo en el que desviaba la mirada cada tres segundos, denunciaba amenazas y acababa alzando el puño. Se decía víctima del fascismo. Lo malo de los vídeos es que te quedas con cara de bobo sin poder ni responder, y yo no pude decirle que víctima del fascismo fue mi bisabuelo Jesús al que nunca conocí y cuyos restos fusilados descansan en La Barranca.
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