Hasta con mascarilla se cuela por las narices el aroma de los tilos, ese perfume de miel en el aire que se mezcla con la humedad de principios del verano, un tiempo eléctrico de tormentas y de tardes largas y anaranjadas. Nos vamos a quitar ... la mascarilla en los mejores días del año, la gente se las va a arrancar de la cara con la felicidad desbocada con la que los chavales lanzan al cielo las mochilas el último día de clase. Pero la alegría nunca es completa, y como decía Pello Latasa esta semana «probablemente estemos en el momento más complicado para las personas que queden sin vacunar»; en ese limbo estamos muchos todavía, cosas de la edad.
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Llevamos con mascarillas desde que empezó este delirio, primero porque no había, después porque no eran necesarias y luego ya porque sí. El momento cumbre de su desembarco vino cuando Fernando Simón y Pedro Duque, sentados ante las cámaras, iban explicando a los niños cómo había que ponérselas. La idea en principio era buena pero terminó pareciendo una escena de Barrio Sésamo. «No hay que tocarla como he hecho yo», dijo el Ministro con una mascarilla quirúrgica en las manos. Luego se la colocó, pero se le soltó una goma de la oreja y se le fue de la cara. Epi y Blas de carne y hueso en la pandemia española.
Para mí lo peor no ha sido la mascarilla, lo más ridículo ha sido esa colección de saludos raros que nos hemos tenido que inventar: toquecitos con el pie, mano en el pecho en reverencia solemne, puño con puño, y el ganador del titulo al gesto absurdo, el codo con codo que se terminó imponiendo y que a mí siempre me parece el paso idiota de alguna coreografía de Georgie Dann o una celebración de gol de jugadores brasileños. De todo eso también nos despojaremos igual que de las mascarillas. Algún día los niños del futuro abrirán un cajón en el armario y se encontrarán con ellas, con las quirúrgicas, las FFP2 y las de tela estampada. Las mirarán un segundo, incrédulos y divertidos, con la candidez feliz con la que yo observaba una vieja máscara antigás que guardaba mi abuelo en el gallinero desde la Guerra Civil.
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