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Otro tiempo vendrá distinto a este./ Y alguien dirá:/ «Hablaste mal. Debiste haber contado/ otras historias». Lleva razón mi querido Ángel González, no debí haber escrito desde el deseo. Hace ya un año largo, cuando teníamos el miedo metido en el cuerpo, escribí que la ... epidemia nos enseñaba lo que significaba ser un ser social y que uno no es nada sin el apoyo de los demás. Escribí que la consciencia de nuestra fragilidad sería el pilar de nuestra fortaleza como sociedad y que unidos ganaríamos al virus. Escribí desde la esperanza y cometí un error de bulto.
De esta peste vamos a salir pero ya sé que no saldremos unidos sino distantes y recelosos, obsesionados con lo propio e ignorando lo ajeno. He aprendido que el yo y el nosotros son conceptos tan opuestos que en la pelea entre ambos siempre gana el yo, el peor yo. Ese que proclama: hago lo que me da la gana y cuando me da la gana y los otros, allá penas. Y ellos, los que mandan, no van a arruinar mi vida y mi libertad para hacer lo que me apetezca. Debí escribir que no tenemos remedio porque 'el yo' no solo es más fuerte que 'el nosotros' sino que le importa un bledo la sociedad en su conjunto, salvo que la necesite en forma de atención sanitaria, de respirador en la UCI, de prestación social o de educación para sus hijos. Pero escribí que creo que 'el yo' no es nada sin 'el nosotros' y que es la sociedad la que nos salva de nuestras propias miserias. Hemos visto a grupos de jóvenes gritando el fin del estado de alarma y festejando su libertad sobre el olvido de los muertos. También a un joven enfermero en la UCI de un hospital de Madrid escuchando el jolgorio mientras cuidaba a enfermos COVID en grave estado. Vemos a miles de sanitarios tragándose la mala leche por lo que contemplan a diario fuera de los hospitales. También hemos visto a un joven calagurritano escalar al balcón de un segundo piso para salvar a una anciana con párkinson a punto de caerse. Camilo Medina, un spiderman real sin traje ni capa de héroe, dio una lección de generosidad infrecuente al anteponer la salvación de la viejecita a su seguridad.
Hay muchos jóvenes que no salen a dar gritos sino que los ahogan, que se están tragando la incertidumbre de un futuro repleto de nubes negras. Escribo desde el corazón para no ahogarme en el ruido que nos rodea. Aunque algunos han decidido bailar sobre la tumba de sus abuelos son más los que saben que su 'yo' no será igual si no hay un 'nosotros'. Creo en esos jóvenes para reflotar este país porque el proyecto común es más importante que hacer lo que me da la gana. Los abuelos que se fueron dejaron muchas lecciones y no se merecen que los olvidemos. Ya sé que soy una cándida pero no se puede vivir sin esperanzas. Quiero creer que otro tiempo vendrá distinto a este y que será mejor.
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