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A los que hemos estrenado paternidad este siglo aún se nos erizan los pelillos al recordar el mal rato de cuando nos tocó elegir el cole del heredero. La máxima de que todos los centros eran igual de buenos no se compadecía con los viajes ... de unos, de secretaría en secretaría, intentando adivinar cómo cotizaba la demanda de plazas en tal o cual escuela; con las trampas de otros para censar a la familia en un domicilio de conveniencia que facilitase después la matrícula del retoño; con los nervios del día del sorteo de la letra que marcaría el orden de asignación de las plazas del primer curso de Infantil; o con los de, por fin, la fecha de publicación de listas... Tan esperadas como las de la lotería, pero más generosas. Porque, a la postre, después de tanto trajín y temor, de tantas intrigas y tejemanejes, a la mayoría le tocaba el Gordo con forma de pupitre en el cole elegido como primera opción. Vamos, que la película no acababa mal, aunque no le gustara a gente muy cabal que ha venido a mejorarla con más planos para distribuir a los chavales que planes para enriquecer lo definitivo, su educación.
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