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Si leen la información sobre un condenado a seis años de prisión (no es una cuestión de autobombo) encontrarán un relato de miedo. Si recurren ... a la hemeroteca digital de este periódico y viajan en el tiempo hasta el 7 de julio del año pasado, encontrarán otro. Este es mucho más aterrador, más pavoroso. Uno de esos sucesos que ocupan un espacio en el subconsciente del lector y que se niegan a abandonarlo, que se quedan ahí grabados a fuego.
En esencia, por si prefieren el spoiler a los relatos completos, las dos tratan de un tipo que se aprovechó de las redes sociales para engañar a dos niñas (ninguna de ellas había cumplido los 16 años cuando cayeron en sus manos) y –citando esa expresión tan judicial en este tipo de casos– «satisfacer sus apetitos libidinosos». Dos víctimas, un único culpable. Un depredador sexual, un monstruo que, afortunadamente, tiene por delante más tiempo de condena que vida acumula en libertad: a sus 27 años tiene pendiente de liquidar una condena de 45 años por tres agresiones sexuales sobre una menor, dos años y medio por amenazar y difundir material pornográfico entre menores y seis años y un mes más por captar, acosar y coaccionar a una menor para que le enviara imágenes pornográficas. En total, 53 años y 7 meses. Prácticamente el doble de su edad actual.
Parece poco probable que los demonios se puedan sentir coaccionados por amenazas de condenas prolongadas o prisiones permanentes. Solo queda reforzar la educación como vía de prevención. Quizá la próxima Ley Orgánica que modifique la Ley Orgánica que modifica la Ley Orgánica de Educación (algo así como la LOLOMLOE) debería insistir más en una cuestión tan esencial, tan básica. Pero no. Seguro que se centran en temas importantes como quitar o no religión o crear alguna asignatura del gusto de quien mande. Ese tipo de cosas tan fundamentales...
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