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Según un chiste que circula por Internet, un eminente físico explica que según el segundo principio de la termodinámica, el universo se extinguirá a causa de la entropía, que provocará la muerte térmica del planeta. El entrevistador, pregunta: - «Entonces desaparecerán los planetas, las estrellas...». - «Sí - ... dice el experto- será dentro de millones de años, pero no quedará nada». - «¿Nada?». «Bueno algo quedará, quedará el procés». Yo añado, al sarcasmo, quedarán el procés y el 'brexit'.
Más allá de las bromas, que no está el horno para bollos, tanto el procés como el brexit han demostrado una potencia destructiva de la convivencia incuestionable. Ambos procesos fueron impulsados por políticos defensores de un nacionalismo excluyente e irresponsable, para ocultar miserias y obtener apoyo electoral. Encender fuegos es fácil, el problema es que luego las llamas adquieren vida propia y queman incluso a quienes las avivaron. Ahí está Torra, carbonizado, y Rufián, chamuscado en la salsa que él mismo ha cocinado.
Desde el punto de vista político, las cosas están mal. Desde el punto de vista emocional, las cosas están peor. El único árbol que ha enraizado con fuerza es el odio. La concordia agoniza por falta de riego. La mayoría de las frases grandilocuentes que escuchamos son mentiras o medias verdades, que todavía es peor porque encierran un algo grado de cinismo. Hay quienes creen que la violencia callejera contra «el estado opresor y represor» es la única respuesta posible, un estadio prerrevolucionario que culminará en la claudicación de este y en la república soñada. Quienes provocan y luego lamentan la respuesta del estado, son los hijos de quienes prendieron la hoguera con las mentiras del procés. Al otro lado están quienes creen que la solución pasa por enviar los tanques a Cataluña y punto. Problema resuelto, dicen. Los tanques pueden acallar la revuelta temporalmente pero no destruyen las ideas sino que las fortalecen. Son los extremos, de acuerdo, pero son los radicales los que más gritan olvidando como comienzan las guerras. Está claro que la mayoría de los catalanes y españoles somos más templados, pero estamos preocupados y hasta el moño de irresponsables. La violencia como arma política se está ensayando y eso algo que nadie podemos tolerar.
En Cataluña, hay un gobierno que no gobierna. Son activistas del secesionismo. Torra se ha resistido a condenar la violencia y lo ha hecho tibiamente, pidiendo que se investigue a los mossos y no a los incendiarios. Su propia policía está desamparada. Esto es de locos. Si Torra es incapaz, y lo es, de representar a todos los catalanes, debe irse. Carme Forcadell, desde la cárcel, ha declarado que el procés ha tenido poca empatía con los no independentistas. A buenas horas, pero algo es algo. Lo malo es que siguen circulando listas negras y se toma nota de los que van o no van a las manifestaciones. El Parlamento de Cataluña sigue a lo suyo, erre que erre. Pese a las advertencias del Tribunal Constitucional amenazan con declaraciones que recuerdan lo sucedido hace dos años. Nadie reconoce errores, otro inmenso error.
Como telón de fondo aparece una palabra: diálogo. Se pronuncia como si fuera el bálsamo que cerrará las trincheras tan celosamente abiertas. Pero, ¿qué significa diálogo hoy? Estoy con Iñaki Gabilondo. ¿De qué se va a hablar? ¿De lo que interesa a Cataluña, a toda Cataluña o de lo que interesa a los independentistas? ¿De la autodeterminación o del autogobierno? No hay soluciones mágicas como algunos pretenden aunque no las tienen. El Gobierno de España debe mantener la firmeza pero también la prudencia en las decisiones. No lo tiene fácil, pero está obligado a mirar al futuro con más grandeza que la demostrada por un Quim Torra y un Puigdemont que pasarán a la historia por el tamaño de sus bufonadas. Esto, como en el chiste que les he contado, va para largo.
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