Prueben a buscar palabras que conservan una única acepción. Esa pureza es cada vez más rara en el Diccionario. 'Crisálida', 'piruleta', 'bolígrafo', 'camafeo', 'vagido'... O 'polisemia', que designa la «pluralidad de significados de una expresión lingüística», pero sólo tiene uno. Si menciono estos vocablos monosémicos ... es para hablar, por contraste, de otros que han perdido concreción. No me refiero a los que rebosan de riqueza semántica, sino a los que, por uso abusivo o por apropiación indebida, sufren un desgaste en su sentido o adquieren uno espurio. Llegaremos a 'feminismo'.
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Hay términos contra los que desarrollamos aversión por empacho o empalago, porque de pronto parece que ya nadie sabe pronunciar dos frases seguidas sin utilizarlos. En esto cada cual tiene sus manías. A mí me chirrían 'ilusionante', 'procrastinar', 'resiliencia', 'holístico', 'lacra', y siento casi tirria por intrusos como 'coach' y por la expresión 'poner en valor'.
Si malo es excederse en el uso, también en la elusión. Nos pasamos de redichos por no decir 'decir'. Hay autores que prefieren reiterar ese verbo en sus textos antes que trufarlos con sucedáneos como 'apostillar', 'puntualizar', 'aseverar', 'confesar', 'aducir' y otros sustitutos más rebuscados, a menudo empleados con imprecisión.
Hay formas más retorcidas de viciar las palabras, como apropiarse de ellas hasta pervertirlas al servicio de una ideología. No se libra ni 'libertad'. A lo largo de la historia, tiranos y dictaduras la han incrustado en sus lemas con indecencia y, en tiempos presentes, aún se ve sometida a manejos partidistas.
Y así llegamos al nombre 'feminismo', al que le salen apellidos por decenas. El Diccionario de la Lengua Española sólo le reconoce dos definiciones: «Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre» y «Movimiento que lucha por la realización efectiva en todos los órdenes del feminismo». Pero ya no es movimiento, sino movimientos. La división aflora en fechas como el 8M y el 25N, sin unidad en las manifestaciones en defensa de los derechos de las mujeres y en contra de la violencia machista. 'La unión hace la fuerza', 'Divide y vencerás', antiguas consignas para nuevas realidades.
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Al margen de los Rubiales que hablan de «falso feminismo» y de quienes se arrogan el derecho a prescribir el «verdadero feminismo», los colectivos y comunidades que promueven la igualdad o que van más allá de ese concepto se ramifican en corrientes denominadas, desde dentro o desde fuera, «feminismo radical», «feminismo liberal», «feminismo socialista», «feminismo filosófico», «feminismo digital», entre muchas otras. Además de endosarle adjetivos, al feminismo se lo tunea con prefijos: transfeminismo, ecofeminismo, ciberfeminismo... Y luego está ese acrónimo con el que los machirulos insultan a las «feminazis».
El Diccionario de la Lengua Española acaba de incorporar 'machirulo': «Dicho de una persona, especialmente de un hombre: que exhibe una actitud machista». Y machismo, que no es el antónimo de feminismo, es «la actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres». La Academia admite 'machirula' porque algunas hay. No basta con sumar al idioma esa voz coloquial. Hacen falta más palabras. Hay mucho individuo que incurre en discriminación sexista sin hacer ostentación de ello, sino con disimulo o con inconsciencia. Propongo un par de términos, aunque seguro que los hay mejores: 'machislelo' y 'feminicínico'.
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Los 'machislelos' son machistas sin saberlo y presumen de lo contrario. No se enteran. Dicen cosas como que las mujeres son superiores a los hombres porque pueden dar la vida, piden perdón antes de hacer un comentario que va a ser molesto o soez «sólo», eso presuponen, para los oídos de ellas; tratan a las directivas como si necesitaran más padre que el que ya tienen o tuvieron, brindan consejos y hacen juicios no solicitados y hasta fabrican historias artificiales para sentirse sus mentores. Es solo una muestra de sus 'caballerosidades'.
Los 'feminicínicos' se fingen feministas, incluso se perciben como igualitarios, pero en el fondo les repatea el movimiento en defensa de los derechos de las mujeres porque lo encuentran cansino, agresivo y omnipresente; se sienten, ellos, víctimas de una tendencia y unas leyes que, según su discurso, tratan a todos los varones como presuntos violadores, maltratadores y asesinos; les molesta que ahora «sólo» se nombren mujeres para altos cargos, eso juzgan, y se margine a hombres que están tanto o más preparados. Algunos van de listos, pero son muy torpes: creen que te han puenteado dirigiéndose al jefe equivocado, de machote a machote.
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Nos falta vocabulario. Cuando quienes acostumbran a mirar por encima del hombro tienen la vista fija en tus pies, sabes lo que piensan: que tu calzado no es apropiado para la ocasión, porque no se ajusta a los cánones de la etiqueta, la elegancia y el erotismo. ¿Quién dicta esas convenciones? Tanto respeto merecen las usuarias de zapatos puntiagudos y con tacón de aguja como las que reniegan de un calzado que duele, oprime, lesiona y limita. Abran paso a las 'librecalzadoras'.
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