En puertas del cierre perimetral de Logroño y su entorno metropolitano y de la entrada en vigor de la nueva tanda de restricciones con las que el Gobierno regional trata de atajar la descontrolada escalada del coronavirus, La Rioja se asoma a una tercera ola ... que no por anunciada parece haber perdido su capacidad para sorprender. Porque el muro cada día más empinado en que se ha convertido la curva de la pandemia no ha hecho su aparición de manera inopinada. Los últimos días del año pasado ya dejaron adivinar las primeras notas de la fatídica sintonía que empezaba a sonar. Desde aquellos fechas de fiesta y control más laxo que otra cosa han tenido que pasar más de dos semanas para que se haya articulado la respuesta normativa que entra en vigor la próxima medianoche. Una nueva evidencia del involuntario empeño de los responsables políticos en correr detrás del virus en lugar de atender a la ciencia, escuchar a los expertos sanitarios y tomar la iniciativa. En casi un año de pandemia deberían haber acumulado experiencia suficiente para no seguir incurriendo en los mismos errores. Pero las respuestas que espera el ciudadano le siguen llegando demasiado tarde y, lo que es peor, son demasiado parecidas a las ya utilizadas. Incluso alguna, como esa 'invitación' al confinamiento domiciliario que se plantea hoy, suena a fracaso antes incluso de ser sugerida. Semejante impericia, aliñada con la imposibilidad de arbitrar el equilibrio para salvaguardar a la vez salud y economía, y coronada con no poca falta de valentía política, nos ha llevado hasta la tercera ola con más de 600 muertes en La Rioja desde el comienzo de la pesadilla.
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Aparte de sus nocivos efectos sanitarios, la tercera ola es una seria amenaza para la recuperación de la economía, que probablemente será más lenta de lo esperado. Las optimistas previsiones del Gobierno, que apuntan a un crecimiento del 9,8% este año, han sido cuestionadas por diversas instituciones y se antojan sencillamente irrealizables. Acelerar el proceso de vacunación, lastrado por una exasperante lentitud, es esencial para que la economía recobre brío y sectores como el hostelero o el turístico vuelvan a una cierta normalidad que merece después del innegable sacrificio al que se les ha sometido.
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