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En la primera ola se descubrió a los héroes; en la segunda se buscan culpables. La perspectiva ha mutado tanto que parecen dos pandemias en vez de miradas diferentes a una misma crisis. Al pasear por la calle y mirar hacia arriba, aún se entrevé ... en alguna ventana los dibujos que pintaron manos de niño con mensajes de aliento. Los colores se han borrado y la próxima vez que haya que limpiar los cristales se despegarán definitivamente para viajar al contenedor azul. Ya no hay himnos ni nadie aplaude aunque los sanitarios, la policía y la plantilla de los supermercados siguen trabajando con tesón. Los muertos han vuelto al anonimato de la estadística en vez de tener rostro en sentidos obituarios, y la reclamación de más recursos, personal y previsión se ha repetido tanto que ya suena hueca. Igual que en primavera se encumbró a unos, en otoño se persigue a otros. La búsqueda de responsabilidades es furiosa, como si a falta de esa vacuna que iba a estar lista en tiempo récord bastara con autoinocularse una dosis de indignación ajena. Lo que sí ha logrado el paso del tiempo es diversificar la culpabilidad. Uno puede ser acusado doble, triple y cuádruplemente. Por ser joven, por ser hostelero, por sentarse en una terraza, por sobrepasar un metro. Por todo junto y por nada a la vez. Y mientras tanto, el vaivén continuo, la incertidumbre. El ayer no y mañana sí. De momento. A día de hoy. Desescalar la desescalada. Tras la primera y la segunda es plausible que llegará una tercera ola. Miro atrás y lo único que se me ocurre es salir a comprar más papel higiénico.
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