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Netanyahu está llevando a Israel a sus peores momentos tras la fundación del Estado judío, si se excluyen los episodios bélicos: el primer ministro, al frente de un heterogéneo Gobierno de coalición, basa desde hace tiempo toda su estrategia en evitar que lleguen a sustanciarse ... las acusaciones judiciales que le señalan por soborno, fraude y abuso de poder. Y eso explica su política errática, que ha sumido a Israel en una grave crisis económica, agravada por la pandemia, que está siendo torpemente gestionada por el propio primer ministro. El combate fallido contra el COVID-19 y su plan de anexión de gran parte de la Cisjordania ocupada le ha restado la mayoría de los apoyos y le imposibilita acordar unos presupuestos públicos, que deben estar aprobados antes del 25 de agosto, ya que si no están en vigor para entonces habría que disolver el Parlamento y convocar nuevas elecciones, las cuartas en año y medio. La situación de Israel, que ha salido de la esperanzadora senda de erigir dos Estados que defendió, entre otros, Obama, es en bastante medida responsabilidad de Trump, que ha dado carta blanca a Netanyahu. Si el republicano perdiera las elecciones en noviembre, Oriente Próximo podría ingresar en una nueva senda hacia la paz.
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