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En medio de la película de catástrofes en que vivimos, la irrupción de Fran Lebowitz, en siete oleadas de unos treinta minutos, sin cuartelillo, es como un fenómeno de la inteligencia azotando las noches de mantita y serie. Y tampoco para este temporal estábamos preparados. ... Supongamos que Nueva York es una ciudad. Entró a saco el lunes por la plataforma de Netflix y, al menos en mi entorno, no hay domicilio al que no haya afectado o en el que no haya dejado alguna secuela. No sé si el fin de semana será suficiente para recuperarnos. Bueno, ya ven que no. Cualquier otro anticiclón de la vigilia nocturna televisual es una brisa comparado con el monologuismo arrollador y acerado de la Lebowitz. Con sus ventoleras de costumbrismo metropolitano, de humor –en definitiva– municipal. Extrapolable en su catálogo de temas a otros municipios (y países) que no son solamente el suyo. Lo que permite que el espectador global goce con su incontente pliego de cargos. Ella misma abre plaza (y la cerrará) como si se tratara de una versión de Godzilla (sic), recorriendo a zancadas Nueva York, foco del temporal, observándola desde la atalaya de una residente decana, aguda y pagadora de sus impuestos. Y testigo, desde los años sesenta, de las transformaciones que ha sufrido la –en su opinión– en otro tiempo ciudad y ahora resort turístico, cuando no potro de tortura para los propios neoyorkinos; muchos de ellos –a su juicio– abducidos por la tontería expandida y promocionada. Lebowitz –y así la muestra en cámara Martin Scorsese, quien por su parte refundara la ciudad en Gangs de Nueva York y la reconstruyeraen New York, New York– se sabe a sí misma en dirección contraria. Patrulla compulsivamente las calles, en permanente enfado, con un súper abrigo negro, mientras se cruza con turistas o 'supongamos' que neyorquinos realizando actividades que a ella le resultan antinaturales para una ciudad, que ya no es lugar para ciudadanos ni... para libros (memorable el séptimo capítulo, 'Bibliotecas'). Resumió muy gráficamente el lugar que ella cree ocupa ahora mismo en Nueva York en el 'The Tonight Show' de Jimmy Fallon, poco antes de salir al aire la serie. Vino Lebowitz a autodefinirse como la única persona que mira la ciudad mientras los demás miran la pantalla del móvil. Pero estábamos en su emulación de Godzilla: con unas bolsas azules cubriéndole los pies, como las que te calzas en los controles de los aeropuertos cuando te ordenan quitarte los zapatos, Lebowitz surca –en la maqueta de 900 metros cuadrados que se hizo para la Feria Mundial del 64, y que está en el Flushing Meedows Corona Park de Queens– el río Hudson, rebasa los puentes, planta un pie en Brooklyn y otro en Staten Island, o se asoma a Times Square con Broadway, el epicentro de su descontento e inspiración para la comedia de su furia. Podría titularse la película Godzilla vs. Bloomberg, su amado alcalde Michael Bloomberg. Para Lebowitz, el principio del fin. No es la única catástrofe a la que ha asistido Lebowitz. Aún recuerda cuando la lámpara de El fantasma de la Ópera se desplomó sobre su cabeza. En fin, lo normal para quien habita en unos apartamentos –molones, desde luego, y donde un portero te quita al entrar tu abrigo de invierno– pero que fueron edificados por el hermano del tipo que mató a Lincoln. Lleva Lebowitz treinta años sin escribir una línea, pero ha invertido las tres décadas en armar su discurso. No hay en él ni nostalgia ni melancolía. Solo eleva una queja sobre el actual imperio de molestia y absurdo frente a la memoria de la ciudad original: una selva irregular, imperfecta, viva y hasta peligrosa, con un metro que funciona nunca o mal, pero preferible a llenar Broadway de tumbonas, como hizo Bloomberg. La serie se acabó de montar justo en febrero de 2020. No sé cómo estará viviendo Fran Lebowitz estos tiempos de COVID pero, desde luego, no me la puedo imaginar con una mascarilla, o sea, callada. Ni que decir que no usa Netflix.
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