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La sociedad del siglo XXI afronta serios conflictos nuevos y complejos. Nuevos, por las características y dificultades del mundo de hoy (no por la transformación humana); y complejos, por la magnitud de los cambios a abordar: desde la geopolítica hasta las migraciones poblacionales, el cambio ... climático, la crisis energética o la de los valores tradicionales, y la intolerancia. Un panorama desalentador que muestran las imágenes de los continuados ataques rusos a ciudades ucranianas; las nuevas víctimas africanas que se cobró en Melilla la búsqueda para no morir de hambre en un occidente convulso (a costa de dejar todo lo amado) desde un continente especialmente azotado por la crisis mundial; el atentado islamista en Oslo contra la tolerancia sexual... o el retroceso de derechos en Norteamérica en manos de legisladores ultraconservadores, además de nutridas noticias cotidianas preocupantes (violencia de pareja, en el trabajo, hacia la gente mayor, etc), evidencia de los estallidos de ira colectiva e individual que alejan alcanzar la solución reclamada por este cambio de época.
El ensayo de Séneca sobre la ira en el siglo I de nuestra era, parece escrito hoy; en aquel entonces, el poderoso imperio romano estaba azotado por pasiones tan deleznables y destructivas como la ira, similar a la reflejada hoy en nuestro entorno socio-político y diario en las relaciones personales, profesionales o cualquier otro ámbito. Desde entonces hemos avanzado poco frente a esa pasión que es «la más destructiva para la raza humana», según este gran pensador que acabó siendo víctima de ella viéndose obligado a suicidarse por Nerón, discípulo suyo convertido en ególatra dictador. Hoy la ira continúa derrochando devastadores efectos entre conocidos, ideologías o nacionalidades ensañados para degradar o destrozar a los otros. versus la templanza y empatía.
Frente a ello, me ha conmovido la muestra de templanza y valentía de una octogenaria viajante solitaria, cargada con su pesado equipaje para una larga travesía, que ha sufrido un accidente en una escalera mecánica de una gran estación ferroviaria española. La caída y las heridas consecuentes no le han arrancado ni un quejido ni palabra altisonante. Ha afrontado la desdicha pasajera con entereza y valentía, entregando su confianza a algún extraño solidario que ha acudido en su ayuda. Este y otros ejemplos deben guiar con sobriedad el destino de la necesaria reconstrucción social; si no, el estilo dominante augura un fin como el de Séneca, en manos de la destrucción de la ira desatada, personal y colectivamente.
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