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A la última ·

Miércoles, 11 de marzo 2020, 00:06

Para arrancar la semana, Pablo Echenique publica un tuit que siempre comienza con «¡Buenos días! Marcho ilusionado al trabajo», seguido de un comentario sarcástico. El comentario se lo puede ahorrar, que la ironía ya reside en ir ilusionado a currar. Y, encima, un lunes.

Pablo ... Echenique va silbando a trabajar, como los enanitos de Blancanieves. Los demás vamos como podemos. Somnolientos, angustiados preventivamente, con el portátil al hombro y los cascos en las orejas, pulsando sin ganas el botón de la tercera planta, subidos en el ascensor para el cadalso. Y dando gracias, que trabajar ha pasado de ser una maldición bíblica a una bendición. O un lujo: maldecir a nuestro jefe, aborrecer al pelota de López, pelearnos con el de contabilidad y emborracharnos en las cenas de empresa es privilegio de unos cuantos afortunados. «Con lo que me gustaría a mí tener que madrugar para ir al curro», me dice R. cada vez que me quejo. Yo, en cambio, envidio la posibilidad de R. de levantarse cuando le da la gana, de desayunar tranquilo viendo una película, de ducharse morosamente, con tiempo para ponerse una mascarilla en el pelo y repasar, uno a uno, los dedos de los pies con la esponja. Le digo que se acuerde de aquella pintada que Guy Debord hizo en una pared de la calle Seine de París: «Ne travaillez jamais» (No trabajéis nunca). R. me manda a la mierda y me pide que le invite al café.

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