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La UE prepara una 'taxonomía social' por la que clasificará las empresas y sectores según su impacto. Decidirá si son buenos o malos, en definitiva, para guiar a los inversores en la búsqueda del bien común. Antes teníamos la guía telefónica y ahora, lo de ... la taxonomía. Los responsables de una red social me dijeron una vez que ellos «aupaban a los chicos buenos y echaban abajo a los malos». Parecía una obviedad que había que hacer las cosas así hasta que uno se preguntó quién decidía quiénes eran unos y otros. «Es obvio», me respondieron. No tanto. Ese día, aquella red había prohibido los contenidos nacionalistas excluyentes «exceptuando el nacionalismo vasco, que equivale a sentirse muy americano».
A cada paso se aparece la división del mundo entre los virtuosos y los que se portan o piensan mal, gente cochina a la que anular y reducir al ostracismo. Temo este intento de remoralizar la sociedad desde abajo como un 'repellao' que empieza por el consumo y por mostrar que invirtiendo en una cosa, comprando una cosa o siquiera leyendo o comiendo una cosa se está haciendo el bien o el mal a una sociedad. Anda loca la gente con las causas y con salvarte; yo prefería cuando solo pretendían quedarse con tu dinero. Pero hay ahí un público al que le van convenciendo de que comiendo unas salchichas de laboratorio está haciendo el bien, pues no mata a cerdos que no emiten purines, que no se tiran pedos, que no ofenden a los dioses con su sacrificio y un largo etcétera. En realidad, al comprar esas salchichas está extinguiendo una estirpe de ganaderos, está evitando que la hija del dueño del bar del pueblo estudie en Estados Unidos. Está haciendo desaparecer un mundo entero, toda una cultura, un territorio y hasta una raza de cochinos que si no fuera para darle de comer a su hijo, desaparecerían. En cambio, felizmente desforesta medio planeta para cultivar la proteína de esa salchicha que cocina en un storie de Instagram con etiquetas de celebración de la unión con la Pachamama, obviando naturalmente el hecho de que sabe a rata y de que su carnicero -aquel buen tipo que siendo un niño amarrado a la falda de su madre, le llamaba por su nombre y le ofrecía una loncha de chorizo-, está pensando ahora mismo si, de colgarse de una soga, aguantaría el techo del almacén. Pero ese tipo cree que está haciendo el bien, pues la UE ha decretado en algunas de sus taxonomías que la carne está mal y que todo en adelante serán impresoras 3D para dibujar cintas de lomo en adobo, se ponga usted como se ponga.
¿Qué pasará con la industria del vino, por ejemplo? Habrá que ver si está bien o está mal, si se mantendrá una cultura milenaria o arrancarán las viñas de La Rioja, sembrarán pistachos y con las cáscaras nos haremos unas maracas para la manifa del 8M. Lo decidirán 57 tipos -varios de ellos españoles- con unos curriculos de quitar el hipo, que saben de inversiones, de energía y de superposición de átomos de grafeno, pero es posible que ninguno haya visto un lobo en su vida. No encuentro en la lista a nadie de la Cofradía de Pescadores de Hondarribia, de la comisión de fiestas de Cuéllar, o de los enanitos toreros. A usted tampoco le van a preguntar.
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