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Mi amiga Pilar, a veces, me regaña porque me siento muy orgullosa de mi padre y de su honestidad. Argumenta que mi padre no era ningún héroe, sino una persona normal y corriente, que la gran mayoría de la gente pertenece a una familia trabajadora ... y que no hay que ponerse ninguna medalla por eso. Que ella misma, si quisiera, presumiría tanto de su padre como yo del mío. Lleva razón. Por suerte hay miles de personas valiosas a las que nadie hace ningún homenaje ni menciona en ningún discurso por el simple hecho de ganar un sueldo con su esfuerzo.
Sin ir más lejos, el otro día en Madrid tuve una agradable conversación con un taxista. Como era víspera de Semana Santa se apreciaba bastante movimiento de viajeros y maletas, así que le pregunté si se estaba animando la cosa. El hombre se dio la vuelta, me miró y con una gran sonrisa afirmó que estaba contento, que por fin había regresado la vida de antes. Y como era de esperar se refirió también a los meses de confinamiento. Me explicó que en ese tiempo raro, aunque los taxistas podían circular lo cierto es que no había ni un alma por la calle, que algunos días ni siquiera sacaba para el combustible, así que decidió quedarse en casa a esperar tiempos mejores. Se refirió con amargura a un colega que había muerto a causa del virus y añadió que él había tenido la inmensa suerte de contar con algunos ahorros con los que hacer frente al paro forzoso pero que le constaba que mucha gente que vivía al día lo había pasado francamente mal. En ningún momento culpó a nadie de esta situación, ni reclamó subvenciones del Gobierno; y me confesó, sin darle ninguna importancia, que ahora estaba recuperando el tiempo y el dinero perdido. Eso sí, aclaró que por ejemplo había dejado de ir al fútbol los domingos y de tomarse alguna cervecita, pero que estaba convencido de que si esto seguía así pronto recuperará esos pequeños placeres. Mientras oía a esta persona tan razonable y solidaria revelarme su fórmula mágica para afrontar las consecuencias económicas de una pandemia, por la ventanilla del taxi desfilaban los monumentos más emblemáticos de Madrid. Contemplaba la Cibeles, la Puerta de Alcalá o el Museo del Prado y era inevitable pensar en los recientes escándalos con el asunto de las comisiones millonarias por la compra de mascarillas. Me acordé de esos gobernantes que habían permitido, e incluso justificaban, que sus parientes y allegados hicieran negocios en tiempos difíciles. Y comparé a gente como el taxista que ahora me paseaba por la capital con esos sinvergüenzas que se habían hecho millonarios a costa del contribuyente. Pensé que esos negocios son inmorales por muy legales que sean. Precisamente esta fue la frase que dijo el expresidente del Partido Popular, Pablo Casado, y le ha costado muy caro. Entonces vinieron a mi mente las palabras de mi amiga Pilar y me alegré de que sea verdad eso que ella dice de que la honestidad es lo más normal del mundo. Pero dicho sea de paso, los honrados como el taxista de Madrid o incluso Pablo Casado sí que merecen este pequeñísimo homenaje.
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