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La naturalidad con la que las jóvenes generaciones de riojanos se colocan, lucen o se envuelven en la bandera de La Rioja cuando entienden que la ocasión lo requiere, que tanto les da un concierto que un partido del Logroñés o un cohete de fiestas ... patronales, evidencia que el gen del complejo de inferioridad que marcó a sus mayores era recesivo. Bendito sea Mendel. Los riojanos que nacieron después del Estatuto de San Millán son incapaces de contemplar otro escenario para su tierra. Ni se entretienen en tomarle medidas cada vez que la piensan por ver si es la más pequeña, la que menos habitantes censa o si luce un PIB más corto que sus vecinas. A estas generaciones, lo del tamaño no les importa. No como a sus padres y a sus abuelos, que envejecieron con esa obsesión, tan clásica, por otra parte. Se trata de convencernos de que, parafraseando a F.D. Roosevelt, «es casi la más pequeña, la que tiene menos población y el PIB más bajo, pero es mi tierra».
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