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De nuestra historia reciente podemos sacar muchas enseñanzas, una de las más amargas es que la kale borroka se terminó cuando los padres de los « ... chicos de la gasolina» (Arzalluz, qué cabeza más enferma) empezaron a ser condenados a pagar ellos las multas por los destrozos que ocasionaban sus hijos. Mano de santo. Los autobuses dejaron de ser hogueras ambulantes por la parte vieja de San Sebastián.
Me acuerdo mucho de eso cada vez que vemos la bufonada en la que se ha convertido en España el respeto por la ley y las normas anti COVID. Ahora han salido los policías y los guardias civiles a poner multas y a meter miedo al personal, un gesto inútil en este coladero, un símbolo como cuando estaban por las calles las tanquetas de la UME rociando con agua y lejía las aceras y las marquesinas; todo escenografía. Ellos hacen lo que les ordena algún tipo en un despacho, no hay que culpar al agente que bastante tiene con aguantar las sandeces de tanto niñato sin educación. No se sanciona y es el principal problema de esta montaña rusa en la que estamos instalados, con olas que suben y bajan y vuelven a subir en las que el ciudadano responsable abre y cierra sus negocios mientras ve desesperado el follón que se monta en cuanto el profesor sale del aula. Van a acabar consiguiendo que la gente cumplidora que lleva un año respetando aforos, movilidad y el resto de obligaciones acabe harta de tantas incongruencias. Si la ley no se hace cumplir se convierte en una parodia.
No sé si es que no quieren sancionar por no crispar más la cosa, porque estamos todos en un punto de saturación mental en el que una simple multa puede costarles el voto. Es la única explicación y es contraproducente porque si no se castiga al irresponsable al final al que se condena es al ciudadano honrado. Han vuelto a hacer el ridículo con la llegada de turistas y lo de las mascarillas al aire libre, normas que van y que vienen cuando no son capaces de hacer cumplir las que están. El caso es legislar, dar mucha rueda de prensa y agitar el BOE en el aire. Ya lo escribió Tácito hace dos mil años: «Corruptissima re publica, plurimae leges», o sea, cuanto más corrupto es un estado, más leyes tiene.
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