Es muy probable que Irene Montero no dé la talla como ministra. Ella queda mejor en la indignación permanente y en el mitin aún más permanente. Eso formaba parte del ADN de Podemos. Estar indignados era la actitud natural en su nacimiento. Una actitud, por ... otra parte, muy razonable ante la fractura social que produjo la crisis de 2.008. El reciclaje llegó a trompicones y sobre la marcha. Y sin que algunos de sus líderes abandonasen la indignación previa ni el tono mitinero de la barricada moral. Un puente necesario para llegar al poder, podrían pensar muchos. Pero, una vez cruzado ese puente, viene el reajuste o el relevo. A Irene Montero no la relevaron, la invistieron ministra y puede pensarse que no da la talla. Pero eso es algo que en el Congreso debe defenderse con argumentos políticos.

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Así debería ser. Pero resulta que en el Congreso está Vox. Y Vox normalmente no se atiene a argumentos políticos a la hora de arremeter contra quienes consideran los enemigos de España, los invasores ilegítimos que ocupan un poder que pertenece por derecho propio a los valedores de las tradiciones o de la carcundia, según toque, y según pueda interpretarse la cerrazón y la exclusión a la que nos tiene acostumbrados. Así que, siguiendo el precepto de la embestida, le dieron salida a una diputada para que arremetiese contra la ministra de Igualdad sin contemplaciones. Y así lo hizo la señora. En un tono muy propio de taberna, cuando los cuatro amigotes, pasados de pacharán, juegan a ser ingeniosos y solo alcanzan a expulsar un poco de baba maloliente.

Los cuatro amigotes solo avergüenzan al camarero que los soporta o a algún miembro de la parroquia con el oído atento a la basura. La diputada de Vox avergonzó a toda la España que no les vota. Sí, porque quienes no votan a Vox también son España. No son hijos bastardos de este país. Son hijos legítimos, probablemente más legítimos que quienes adoran a los dictadores de ultratumba. Y no sirven los argumentos de que desde Podemos haya jugado en el límite con descalificaciones o arengas del joven y feroz Pablo Iglesias -ahora tan indignado-. Nada disculpa a la diputada de Vox, nada la sostiene. Solo las aves de rapiña de su partido. Que no pide excusas por el atropello sino que jalea a la señora y se enorgullece de «la hombría de la diputada». Porque al «zurderío se le combate». Lo que hay que combatir es la degradación mental y la zafiedad dentro de la cámara que representa a la soberanía popular. Y no la soberanía de unos populacheros a los que solo les falta ponerles serrín y unas cabezas de gambas bajo el escaño para que estén en su ámbito natural.

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