Logroño es una ciudad apacible que ofrece buena calidad de vida. No tiene una especial belleza natural ni monumental, pero brinda espacios verdes y calles limpias que facilitan el fluir de la vida cotidiana.
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Sin embargo hay cosas que no se merece tener. Por ejemplo, ... la polémica remodelación de algunas calles de relevancia para la vida logroñesa, modificadas ante el estupor de vecinos, comerciantes, viandantes y conductores que observaban impávidos cómo vías rectas se convertían en tortuosas, muestra de un pensamiento que, quizás, queriéndose acercar a Europa, se alejaba de la arquitectura de ciudades renovadas como París u Oslo; calles que ahora, con el nuevo consistorio, vuelven a ser modificadas para recuperar la viabilidad. La pregunta es quién paga, o qué se deja de pagar, para afrontar el coste de un diseño urbano que aportó poco a la ciudad y que ahora debe refinanciarse para disimular y, esperemos que no empeorar, un trazado que debe ser amable con todos pero, sobre todo, debe hacer transitable y segura la ciudad para todos.
Mención aparte tiene el estado del Paseo de las Cien Tiendas que está a punto de convertirse en lo contrario. Tras largos meses de ruidos, polvo, dificultades de acceso a viviendas y comercios para soportar las obras inconclusas de mejora (plagadas de errores y mal hacer evidentes desde su inicio), ha quedado como un espacio vital en el corazón de la ciudad lleno de parches y baldosas rotas (algunas antiguas, otras del intento de reurbanización). Nadie duda del alto coste que debió tener aquello, pero con la impresión del escaso control de calidad y cumplimiento de plazos habido, más allá de lo razonable y soportable. Logroño no merece mantener un entorno tan emblemático y comercial, en el centro de la ciudad, paralizado en el estado que está y sin previsión inmediata (al menos conocida) de enmendar el desbarajuste generado en el que continúa siendo más firme la anterior calzada que la reposición inacabada aquí y allá. Ni los vecinos, ni los comerciantes que ya afrontan otros retos inherentes a la coyuntura actual del comercio de cercanía, ni los logroñeses lo merecen mientras observan cómo las brigadas trabajan infatigablemente en otros puntos.
Una ciudad debe preservar sus espacios emblemáticos y darles prioridad con miras a una imagen de progreso, rentabilidad comercial y bienestar ciudadano. Y si no puede, debe esmerar la información sobre la razón de su ya prolongado abandono aparente.
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