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El mundo actual está repleto de objetos impensables hace solo unas décadas. Por ejemplo, el smartphone, que se ha convertido en compañero y asistente indispensable; nuestra vida gira en torno a este dispositivo que comenzó siendo un ladrillo friki convertido ahora en nuestra caja fuerte ... de identidad: todos los números de teléfono están en esa prótesis de memoria (ya nadie recuerda ninguno), nuestras cuentas y operaciones bancarias están en él, la orientación en viajes, fechas, citas y compromisos agendados, fotografías, billetes de transporte, abrir o cerrar el coche, las luces de casa o la alarma de seguridad, música, trámites legales, etc.; buena parte de nuestra vida personal, profesional y de ocio está facilitada desde las apps que contiene. Nadie podía prever su alcance cuando en 2007 fue lanzado el primer iPhone.
Aunque los expertos auguran que tiene los días contados (desde 2018, sus ventas han caído un 13% en favor de otros 'wearables' como los relojes inteligentes o las gafas digitales que han incrementado ventas en igual proporción), su protagonismo en innegable. Pero el efecto negativo de su mal uso es especialmente significativo en la infancia; no es inusual observar niños menores de un año pegados a un smartphone que se ilumina y hace sonidos agradables, entreteniéndose a instancia de unos padres también pegados al móvil, en una situación interactiva convertida en soliloquio. El juego tradicional y las relaciones interpersonales están siendo sustituidas desde la infancia por lo virtual, un mundo en el que la posición se cuantifica, registra y retroalimenta.
La sociedad comienza a ser sensible de sus efectos y los gobiernos estudian su regulación en las escuelas, su compra o el uso de apps a partir de los 16 años (aunque según los estudios, casi el 80% de los niños de 12 años ya tienen cuentas en las redes sociales). Revistas científicas como 'Nature' coinciden en que el flujo de sus contenidos adictivos reemplaza la socialización personal, reconfigurando las mentes infantiles en ventanas de desarrollo vulnerables como la pequeña infancia o la adolescencia, introducidos al entorno digital por adultos que les proporcionan los dispositivos y el modelo de conducta de pegarse a ellos.
¿Cómo reconstruir nuestro mundo personal e interactivo equilibrando lo digital como avance, pero no como merma del bienestar? Unos apuestan por limitar su uso, otros por reformar las apps ajustándolas a los más jóvenes. Una cuestión social, que irá a más, de la que somos responsables.
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