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Con la mirada puesta en la toma de posesión de Donald Trump, se avecina una época en la que algunos pretenden que impere un nuevo « ... sentido común». Trump comienza pisando fuerte prometiendo «una nueva edad de oro» estadounidense con un equipo dispuesto a actuar con contundencia, coherencia ideológica, disciplina y fidelidad al líder, fuertemente arropado por riquísimos oligarcas tecnológicos que velarán por sus intereses. Un equipo preparado para aplicar un programa político enfocado a reprimir la inmigración, una política comercial agresiva y el cuestionamiento de instituciones propias e internacionales, como Europa que intuye que a la amenaza oriental podrían sumarse desavenencias desde el oeste, materializadas a través de redes sociales en las que reinan nombres como Musk o Zuckerberg cuestionando la política europea de velar por la equidad, no manipulación y ética en ellas y comenzando a ingerirse en campañas políticas ajenas. La ecología, el derecho internacional, la estabilidad territorial y alianzas tradicionales se sienten amenazadas. La preocupación crece y países como Alemania, Inglaterra, Francia o Dinamarca comienzan a responder a ella.
En oriente, el extremismo religioso ofrece otro frente inquietante. En Afganistán, el gobierno talibán no da tregua contra la educación universal y los derechos fundamentales de las mujeres a quienes, siendo borradas de los espacios públicos, se les prohíbe también cantar o leer en voz alta, leer el Corán con otras mujeres y, por si fuera poco, desde el 28 de diciembre no están permitidas ventanas que den al exterior de una casa, porque ver mujeres en la cocina o en otras tareas domésticas puede provocar actos obscenos. En otros países orientales, como Irán, la vida tampoco es fácil. No solo los derechos ciudadanos son cada vez más restringidos a favor de los de la élite religiosa en el poder, sino que la educación y alimentación están seriamente comprometidas. La educación debe pagarse porque la escuela pública ha desaparecido prácticamente y la relación entre salario y coste de la vida está desequilibrada en un país de rica historia pero cada vez más iletrado, lo cual favorece al régimen. La población pasa hambre porque no puede afrontar los costes vitales; siendo rico el país, es cada vez más pobre y especialmente los bien formados en tecnología, medicina, etcétera se van. Aunque quieren protestar, hacerlo es jugarse la vida.
Son unos ejemplos del impass mundial. La esperanza es imprescindible atendiendo a advertencias como la de Biden: «la democracia muere en la desinformación».
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