La fuerza de un país viene impulsada por las nuevas generaciones que sostendrán su desarrollo. En España, y otros países europeos, emerge desde hace más de una década el desafío de la baja natalidad y, con ella, un cambio en la pirámide de la población ... que refleja cómo sus bases flaquean mientras que su vértice cada vez es más amplio. Esto significa que la población envejece sin repuestos suficientes para sostener los mecanismos socioeconómicos que generan bienestar, fuerza y protección.

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Los datos provisionales del INE de finales del 2023 en España suponen un desafío social. Por primera vez no se superaban los 300.000 nacimientos, con una caída general de la natalidad del 2,6% por encima de la del 2022 (2,4%) marcando una tendencia a la baja (27,6%) sostenida desde 2012.

Solo un 3,9% de la población tiene menos de 5 años, situándonos en una poco tranquilizadora segunda posición europea, mientras que la esperanza de vida, afortunadamente, crece un 0,06% hasta los 80 años (hombres) y 85 años (mujeres). Es decir, la pirámide poblacional debilita sus bases y achata su vértice con la presión que supone para sostener el bienestar social frente a la disminución de la regeneración de la población activa. Las causas son difíciles de determinar, no pudiéndose achacar exclusivamente al aumento de la edad de ser madre (33,1 años) con incremento del 48% de las mayores de 45 años. Existen otros factores interactuantes: la incertidumbre debida a las sucesivas crisis (sanitarias, económicas, geopolíticas) que atravesamos, la insuficiencia de medidas para la conciliación familiar y ayudas para la crianza, la crisis de la vivienda, la incertidumbre del futuro en los jóvenes, o la angustia frente a la crisis climática, como ejemplos.

En suma, una situación poco visibilizada, pero preocupante, con razones de fondo que no podemos ignorar. La bajada continuada de la natalidad junto con el aumento de la esperanza de vida representa el envejecimiento progresivo de la población y un desafío para financiar el sistema de protección social (ya en números rojos) y de pensiones que reposa en buena parte en el dinamismo demográfico. Aunque la decisión de ser padres es individual, las consecuencias son sociales. Es responsabilidad de todos y del sistema afrontar y debatir la situación mediante el ajuste económico, la revisión de las contribuciones individuales, la gestión calibrada de la inmigración, etcétera.

El desafío es serio, afecta a la base poblacional que sustenta el país.

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