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El escenario geopolítico actual es de vértigo. El regreso de la guerra en Europa, la continuada escalada bélica en el Próximo Oriente, el Sahel, la virulencia de los regímenes autoritarios, el ascenso de la ultraderecha, la amenaza del cambio climático, etc. marcan el paso de ... una época en la que el damero político está muy activo en un momento en el que el interés común debería prevalecer frente a los intereses personales. Solo la victoria del reformista Pezeshkian en las elecciones presidenciales iraníes abre un tenue hilo de esperanza.
A todo ello se añade la incertidumbre del liderazgo norteamericano entre dos candidatos que sitúa ante la diatriba de «salir del fuego o caer en las brasas» cuando el mundo democrático necesita una persona cuerda al mando de una gran potencia, como todavía es Estados Unidos. El problema no estriba en la edad de uno los candidatos, porque, como afirmaba Plutarco, «cuando los estados se encuentran en dificultades o tienen miedo, anhelan el gobierno de hombres mayores», sino en su estado de salud, la de Biden (81 años), frente a su oponente (78) que tampoco es joven, en un país en el que más de un tercio de los senadores son septuagenarios. Algo similar ocurre en otros gobiernos: Putin y Xi Jinping tienen 71 años, el primer ministro indio Modi 73; su homólogo pakistaní Sharif 72, Netanyahu 74, el líder de la Autoridad Palestina, M. Abbas, 88, el ayatolá Alí Jamenei (líder supremo iraní) 85, o el presidente camerunés P. Biya, de 91 años.
Está en juego que una superpotencia cercana a Europa, en el delicado momento actual, tenga dos candidatos presidenciales que ponen al mundo frente al dilema de elegir entre uno que ha mostrado ser honesto, buen presidente, ni racista, ni misógino, ni golpista, pero con públicos lapsus de salud, frente a otro deshonesto que ansía volver al poder para prolongar sus triquiñuelas, desquitarse de los que han puesto en evidencia sus turbios manejos, prometiendo indultar a los condenados por corrupción de su legislatura y a los asaltantes del Capitolio. Desafortunadamente, los últimos tropiezos mediáticos de Biden favorecen a Trump, atenuando su imagen carente de límites éticos ni de la ley.
Sería una catástrofe para la democracia que venciera Trump, pero también que lo hiciera un Biden incapaz de hacer frente al convulso mundo actual. Lo que prima no es la edad sino la fortaleza, responsabilidad y honestidad de los dirigentes.
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