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Las turbulencias no cesan en la realidad internacional. Por si no estuviéramos exentos de conflictos armados y amenazas totalitaristas en geopolítica, el cercano día 5 de noviembre las urnas presidenciales norteamericanas pueden suponer un punto y aparte ante la delicada situación que atraviesa la democracia.
Está en juego si la política de la esperanza y progreso de Harris podrá imponerse frente a la del miedo de Trump, y si la democracia podrá resistir la bandera neofascista que parece esgrimir Trump. Lo más preocupante no son la misoginia, intolerancia, mentira y extremismo que ostenta el candidato, sino las masas que le dan soporte y las fortunas que apoyan su deriva. La cuestión básica es qué le sucede a casi la mitad de la ciudadanía estadounidense para creer en los postulados confabuladores que aún esgrime Trump, sus truculentas razones sobre la necesidad del asalto al Capitolio, la afirmación de que acabará con la guerra en Ucrania (sin especificar a costa de qué) que Putin se aprestó a declarar estar de acuerdo con ella, o la denominación de 'alimaña' a sus adversarios, en una campaña electoral repleta de ideas políticas caóticas y debates en los que utiliza el insulto, la demagogia y mentiras. ¿Por qué se le consiente y apoya?
Desde que comenzó la campaña electoral, los signos del estado de la democracia norteamericana son preocupantes; el país está sometido a un debate interno que hoy prácticamente iguala a los dos candidatos. ¿Nadie se percata de que el papel de Trump está dañando a las instituciones de un gran país ante los ojos de todos y la conformidad del partido republicano, a pesar de la voz de algunos excolaboradores que le tachan de neofascista y caótico?
En el estado del bienestar que disfrutamos, ¿nadie recuerda lo que documentales y la memoria histórica de los supervivientes de la última y reciente gran conflagración mundial muestran sobre a qué condujo la palabrería de dirigentes con su extremismo, populismo y política del miedo?
Quizás falle el factor humano; el respeto hacia los adversarios e instituciones, a la verdad, a las reglas y el bien común. Un factor humano sin rumbo basado en la falta de límites para conseguir lo deseado con una elocuencia y aquiescencia apoyados en el miedo y un alto individualismo. Lo que sería tachado como vergonzoso puede imponerse, atentando contra los derechos democráticos y el estado del bienestar que tanto ha costado alcanzar.
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