Viajar en tren se está convirtiendo en una experiencia desalentadora (especialmente en las últimas semanas) que, lejos de responder a aquel lema de hace unas décadas de «Papá ven en tren», empuja a los viajeros que habían aprendido a confiar en este medio de transporte ... a buscar otras alternativas.
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Hace unas décadas, Renfe se modernizó trazando las líneas de Alta Velocidad dando prueba de eficacia y puntualidad (a precios cada vez más altos), pero con el abandono de buena parte del trazado ferroviario que unía (y une) poblaciones cercanas, vitales personal y profesionalmente.
En los últimos años, no solo se ha consolidado la ruina y el disfuncionamiento en trayectos regionales (recuérdese el caos continuado en los trenes de Rodalías en Barcelona), sino que la disfunción repetida alcanza a la Alta Velocidad, a desesperación de los viajeros a quienes se responde: «Presente una reclamación». Reclamación que, caso de ser atendida, no compensa la distorsión generada en su vida personal o profesional. Retrasos habituales, convoyes e infraestructura envejecidos, averías, falta de medidas ante lo previsible e imprevisible, cambios con trasbordos no anunciados, obras, señalización que no funciona y obliga retener el tren o desandar el camino hasta otra vía segura, etc. se acumulan en toda la red ferroviaria española. El grave retraso del tren Madrid-Logroño (raramente puntual) que llegó a las tres de la madrugada (en lugar de las 21:27h), o el incidente del regional exprés Zaragoza-Logroño, precedieron al colapso evidente en la Larga Distancia y Alta Velocidad en todo el país la semana pasada, desde Galicia a Cataluña, pasando por La Rioja, Aragón, País Vasco, o desde Madrid a Andalucía o Levante: fallos en la señalización, descarrilamientos, averías, etc. con retrasos de hasta 7 horas, pusieron en jaque a Renfe y viajeros, no siempre bien atendidos.
Tan evidente es la disfunción que es dudoso calificarla de caos ferroviario o de boicot. Los trayectos regionales de corta, media y larga distancia dan evidencia de que algo generalizado va mal. El transporte público es un indicador del desarrollo de un país; algo pasa con Renfe que roza la cuestión de Estado. Si la disfunción generalizada es síntoma de que algo está sucediendo estatalmente, no se resuelve solo con el cese del director de Adif y Adif Alta Velocidad, ni adoptando el aparente estilo encarecido y uniformizado de aerolínea, significa que hay que redefinir desde arriba abajo todo el sistema. Mientras tanto, «papá cuidado con el tren».
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