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En tiempos no lejanos, ir a una entidad bancaria (banco o caja de ahorros) para disponer del dinero, fruto del trabajo o de los ahorros logrados con esfuerzo, era una actividad de persona a persona: del propietario del capital con el empleado bancario. Un trato ... personal y humano donde la confianza y el conocimiento mutuos eran la premisa básica en un reducto financiero seguro.
La operación, ayer y hoy, consistía en la custodia y obtención de dividendos (especialmente para la entidad bancaria), de una 'mercancía' que es el capital depositado por el cliente para preservarlo de ojos aviesos y generar algún beneficio.
En los últimos años hay una transformación bancaria con oficinas-escaparate reformadas, aparentemente abiertas a los clientes, pero cuya política se distancia de ellos, aunque no de su capital. A grandes rasgos, esta transformación comporta: a) reducción de empleos (40% desde 2008, según la Asociación de Usuarios Financieros) con redefiniciones de responsabilidades del personal activo, del número de oficinas (54%) y cajeros (22%); b) distanciamiento del cliente, poseedor del capital con el que negocia la entidad; c) abocamiento a la digitalización de servicios. Eso sí, la oferta de productos de consumo, seguros y otros servicios es constante para atraer, más si cabe, a un cliente que ve drásticamente reducido su derecho de acceso atendido a su capital, con comisiones por cualquier gestión.
Los beneficios bancarios, amasados con el dinero de estos clientes cada vez menos atendidos, siguen creciendo (Banco de Santander, 8.124 millones; CaixaBank, 5.226...) pero no revierten en la mejora del trato a quienes son los poseedores del capital con el que se trabaja. La barrera humana es creciente, rozando el límite del derecho del cliente/propietario del dinero depositado, abocado a servicios digitalizados o al uso de cajeros (si funcionan) en plena calle, expuesto a cualquier desaprensivo. Un suspenso humano a reconsiderar; no es extraña la queja elevada recientemente por jubilados y pensionistas cada vez más afectados por la brecha digital, manejo individual de herramientas sofisticadas para operar con su dinero, escasa ayuda y excesivas comisiones de la entidad que lo custodia.
Menos mal que aún me atiende financieramente alguna excelente persona, efectiva y amable; si no, estaría pensando cómo transferir mi capital hacia otra entidad ética y humana que facilite el acceso a mis recursos... o volver a lo tradicional: dejar de domiciliar pagos y guardar el dinero en casa. De la sartén al fuego.
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