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El estrepitoso fracaso de la Superliga en solo unas horas confirma que el elitista proyecto carecía de apoyos sólidos y de madurezLa iniciativa para crear una Superliga europea se ha mostrado extrañamente endeble al venirse abajo de forma estrepitosa en apenas 48 horas. Resulta sorprendente que doce poderosos clubes que manejan información privilegiada sobre la realidad del fútbol y sus expectativas, gestionados desde criterios empresariales y ... con un espíritu competitivo en sangre, acordasen un plan de negocio a más de veinte años que contaría con cobertura financiera, lo hicieran público y acabaran por desecharlo con inusitada rapidez. Semejante fiasco solo puede explicarse porque la peripecia liderada por Florentino Pérez no contaba con el apoyo decidido de las otras once entidades y carecía de la madurez necesaria. Y, sobre todo, porque las instituciones del fútbol –la UEFA, la FIFA, las federaciones nacionales y las ligas profesionales– han sido capaces de disuadir con sus advertencias y de persuadir con sus contrapropuestas. Las manifestaciones de oposición formuladas por entrenadores, jugadores y aficionados no pueden disociarse de eso último.
Desde un comienzo, cabía suponer que la participación de algunos clubes en el proyecto perseguía en última instancia mejorar sus perspectivas económicas y deportivas haciéndose fuertes en una enésima negociación con las instancias que gobiernan el deporte rey. Pero, tras lo ocurrido, la frustrada Superliga solo puede contar como una idea remota al rediseñar el fútbol posterior a la pandemia. Cuando la afluencia a los estadios pueda compensar parcialmente la preeminencia de la retransmisión televisiva y el espectáculo que ésta necesita ofrecer gane enteros con el calor del público en las gradas.
Sería una ingenuidad concluir que la rebelión de los aficionados y la protesta de los equipos más humildes han llevado a los Gobiernos a negar su apoyo a la Superliga, o que la resistencia de los profesionales a un proyecto elitista fuese a hacerlo peligrar. Claro que el arraigo nacional de la competición y su representación simbólica han prevalecido sobre la audiencia transnacional de determinados clubes, y que la iniciativa no contaba con la simpatía de los seguidores y generaba inquietud entre los asalariados del balompié. Pero es de temer que el triunfo de la UEFA en el litigio, y de los contratos que resulten del mismo, den lugar a un contorno aún menos propicio a la transparencia en la gestión del fútbol, de sus compromisos y de sus cuentas.
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