Avanzamos hacia el final del que se presentaba como un año con guarismos mágicos. Veinte-veinte, repetíamos, y hasta sonaba bien. Ese año que ahora todos queremos liquidar. Ese año que, a su vez, ha liquidado (podría utilizar otro verbo, pero sería benevolente con el ... COVID) a tanta gente. Pero lo rematamos con un destello de esperanza.

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El día 27 de diciembre comenzará la vacunación contra el virus SARS-CoV-2. El maldito coronavirus. Y el debate lleva semanas en la calle, en este país que es un ágora en sí mismo. Vacunarse o no vacunarse. Establecer o no la obligatoriedad de la vacuna. A quién. En qué orden de preferencia.

El miedo es libre; el virus, también... y, además, letal: lamentablemente mortífero. Y yo no tengo ninguna certeza sobre la vacuna, pero sí sobre el COVID. Y es que mata. Ha matado ya a millones de personas.

Así que hasta que seamos un rebaño inmune (y rebaño somos un rato, pero inmunes, no), no nos queda otra que seguir las medidas profilácticas y todas aquellas que dictaminen las autoridades sanitarias. Entre ellas, la vacunación.

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A mí apúntenme en la lista del día 27. Que es San Juan, a quien se atribuye el Libro del Apocalipsis, la epopeya de la esperanza. A los antivacunas, negacionistas, antimascarillas, conspiranoides y demás, que vayan pasando el 28 de diciembre: deben creer que esto que nos asola es una inocentada.

Pedía días atrás en este mismo espacio Carmen Nevot una vacuna en cada uno de sus brazos. Veo la apuesta y la subo: en mi caso, si es necesario, añadan por vía subclavia.

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