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Cuando volví de la frontera con Ucrania, la gente me preguntaba qué tal estaba yo, si lo había pasado mal yo y cómo me había afectado a mí. Me sorprendió esta reacción compasiva indirecta por la cual el sujeto del daño era yo mismo pues ... había presenciado el daño de los otros, que es el daño primero y primario, pero que quedaba soterrado por la preocupación hacia el mío. El horror que yo podía portar no era otra cosa que el reflejo del horror verdadero, que es el que se inflige sobre los que sufren la guerra y nadie más. «Yo no podría soportarlo», me decían y se confesaban incapaces de la audacia de acercarse al peligro de la frontera. En realidad, yendo a buscar refugiados a Polonia lo único que le puede pasar a uno es que se coja una pulmonía, se pinche una rueda o se coma una rotonda. En Donohursk o en Chelm te puedes herir, como mucho, la sensibilidad.
Entendí poco a poco que con esa incapacidad para soportar aquello no se estaban refiriendo a la tarea del que debe abandonar su casa y a su marido con su bebé en brazos en un coche o al que entierra a su hermano en el jardín. No hablaban de si podían tolerar las sirenas de los bombardeos y el asesinato de los vecinos y familiares, las fosas comunes, las torturas y las violaciones. Querían decir que no serían capaces de presenciarlo ellos mismos.
Ya entonces me llamó la atención aquella empatía mal entendida que comentamos con Rebeca Argudo en la que el objeto de la misericordia es uno mismo y no el que de verdad sufre. No podían soportar que esto estuviera pasando en la medida en la que resultaba insoportable para ellos. «Yo es que no podría verlo en persona» es otro acercamiento habitual a este asunto del terror y con esa distancia hay quien soluciona los flecos éticos que le cuelgan: uno es muy sensible y en esa sensibilidad que les salva, termina y acaba la guerra.
«Lo de Ucrania me tiene fatal», nos dicen -nos decimos-, muy afectados por lo que sucede. A la gente le está importando la guerra por qué efectos tiene sobre su ánimo. Bucha es para una parte de la población, una película insoportable. También lo de Zelenski. Se vio esto muy claramente este martes cuando apareció el presidente ucraniano en el Congreso de los Diputados y los comentarios giraron en torno a cuáles eran los argumentos emocionales que utilizaba, si había hecho esta u otra referencia y si les había sobrecogido, si estaba bien en el papel, un poco como el que hace una crítica de una serie. El plano, la tensión, la frase, y tal. La versión del director. Llegué a escuchar que la traducción había arruinado la posibilidad de emocionarse del público, un poco como cuando alguien se queja del doblaje de una película y otro le responde que es mucho mejor en versión original. Hemos convertido la guerra de Ucrania en una propuesta de Netflix a la que uno asiste sobrecogido, como al 'Juego del Calamar' o al capítulo de la boda roja de 'Juego de tronos', un poco entre el cuenco de las palomitas y la mano que tapa los ojos. Los niños muertos se aparecen ante las rendijas de los dedos cuando los entreabre el morbo.
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