Sonreirían

El año pasado tuvimos una bola gigante que nos deslumbró en la plaza del Mercado; nos convirtió a todos en polillas atraídas por la luz y después nos hizo hámsteres, porque nos metimos dentro de la esfera a dar vueltas como roedores pero con un móvil en la mano. Las luces de Navidad, en toda su dimensión hortera y conmovedora, son un chute absurdo de felicidad porque nos llevan de golpe a un mundo de sensaciones donde casi siempre uno vuelve a saborear dulces recuerdos de infancia.

Hace años el verano comenzaba con el posado en la playa de Ana Obregón, a la que veremos en Nochevieja despidiendo este 2020 tristísimo también para ella. Ya no hay posado estival, pero la Navidad ha encontrado a su vedette inaugural en el alcalde de Vigo: Abel Caballero, ese señor con nombre de cantante melódico de los 70, empezó su show el 19 de agosto. Ese día comenzó el despliegue de la iluminación navideña, para que luego critiquen que en España no se trabaja con previsión. El inicio del montaje fue otra operación de imagen, con cámaras, declaraciones y una capacidad asombrosa para que el mundo parezca un gag de José Mota. Hay una foto en la que el alcalde aparece con mascarilla junto a un grupo de operarios y hace el signo de la victoria. Con la otra mano sostiene una rueda de luces que alberga en su centro una estrella roja; seguro que no era su intención, pero Lenin sonreiría satisfecho. Después de gastarse un millón de euros en bombillas en este año del virus, Caballero ha pedido a sus vecinos que las vean desde casa; seguro que no era su intención, pero Berlanga y Azcona sonreirían satisfechos.