Este jueves es el día del Teatro y cabe preguntarse en voz alta por qué narices deberíamos preocuparnos, individualmente y como comunidad, en hacerle un ... hueco a las artes vivas en nuestras vidas, en nuestro pueblo, en nuestra ciudad.
Leía estos días el libro 'Cada uno ve lo que sabe', escrito por Anna Juan y Piu Martínez. Se titula como esa gran frase de Bruno Munari, que ellas evocan para otros menesteres, pero que bien puede servir para reivindicar que dediquemos más tiempo y recursos a las artes vivas. Porque cada uno ve lo que sabe, y las artes vivas te exponen a más vidas, a más saber. Y es así porque desde la butaca se vive dos veces. O tres. O quinientas. O tantas como historias quepan en el tiempo de una obra. Porque mientras otros corren, tú paras. Y en esa pausa puede caber la vida entera.
Deberías hacer hueco, dejarte tiempo de vida para sencillamente sentarte en la butaca mirando, escuchando, sintiendo. Porque igual que cuidas el cuerpo, deberías cuidar el alma. Aunque no te lo diga nadie. Aunque no te lo pongan fácil. Aunque no salga en la receta del médico. Es un cuidado secreto. Pero de los que salvan.
Deberíamos todos hacer hueco a las artes vivas precisamente porque estas no son un lujo. Son un espejo. Y, a veces, un revés. Te devuelven una versión de ti que no sabías que existía. Y no, no siempre es cómoda. Pero es la tuya. Y no deberías perdértela en el día a día.
Porque si no estás tú, no pasa. Porque el teatro necesita de tu aliento, de tu risa, de tu silencio cómplice. Porque compartir tiempo en una sala oscura es una forma de comunidad que se está perdiendo y que nos hace falta para urdir mañanas.
Y, porque cuando todo el mundo se fue a casa, alguien se quedó desmontando las luces. Y volverá mañana. Y pasado. Hay profesiones que sólo existen si alguien las mira. Y hay que seguir mirando.
Me acuerdo de quienes se sientan en la fila 3 del palco del Teatro Bretón cada semana y de su militancia. Todos deberíamos ser esas personas, las que no dejan las sillas frías, las que no permiten que los escenarios se queden mudos. Perder el teatro es perder el corazón de una ciudad y, como todo lo que merece la pena, debe ser defendido, peleado, reivindicado. Y mientras esperamos convocar a quien falta, nos reconforta quien está. Gente que está ahí, contra todo pronóstico. Apoyando. Y el apoyo no siempre se grita, pero se siente.
Además, en el teatro, por un rato, todo es posible. Y creer que todo es posible es un primer paso hacia una vida mejor.
Porque no hay nada como salir del teatro, cruzarte con alguien en la calle y pensar: «¿Has visto lo mismo que yo?». Y descubrir que, aunque no haya respuesta, esa pregunta ya es un regalo.
Porque el teatro no solo ocurre en el escenario. Está en la sobremesa después de la función, en el mensaje que mandas al día siguiente, en esa frase que se te queda dando vueltas durante semanas. Porque las artes vivas no se acaban cuando se baja el telón; siguen respirando en quien la vio.
Porque un teatro abierto no es solo un lugar de ocio; es un motor económico y emocional para una comunidad. Cuando se encienden sus luces, también se iluminan sus calles, sus comercios, sus bares y toda la vida de alrededor. Cuidar el teatro es cuidar el latido de un pueblo.
Porque sin cultura no hay identidad. Y el teatro es una de las formas más antiguas y profundas de contar quiénes somos, qué nos duele y hacia dónde vamos. Cerrarlo sería como apagar una voz colectiva.
Porque cada entrada que se vende es una declaración de intenciones. Es decir: «Esto importa. Esto merece seguir existiendo». Y cuando una sociedad olvida proteger su cultura, está olvidando protegerse a sí misma.
Porque invertir en teatro no es un gasto, es un compromiso con la memoria y el futuro. Los pueblos que lo entienden se convierten en lugares donde merece la pena vivir. Los que no, se quedan sin relato.
Porque quien no ha ido nunca al teatro merece descubrirlo. Y quien va siempre, merece seguir encontrándolo ahí. Sin recortes, sin puertas cerradas, sin excusas.
Quien no ha ido nunca al teatro merece descubrirlo. Y quien va siempre, merece seguir encontrándolo ahí
El Teatro, ese lugar donde podemos mirar a la cara y sentir el pulso de alguien a quien nunca conoceremos.
Feliz Día Mundial del Teatro. Que nunca nos falte un escenario donde vivir más de una vida.
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