Borrar

Este lunes 23 comenzó oficialmente el otoño. Hubo un tiempo -luego me extiendo- en que el otoño no existía, ni la primavera. Ni siquiera para el Corte Inglés. Sólo existían el invierno y el verano: los extremos. Es posible que con el cambio climático volvamos ... a esa bipolaridad. Como al bipartidismo, aunque por otras razones y otra clase de medio ambiente. Sin embargo, son esas dos estaciones, intercaladas entre los bloques del frío y del calor por excelencia, en las que mejor reconocemos lo híbrido, lo transicional de nuestras sensaciones, térmicas y emocionales. Somos ropa de entretiempo. La primavera nos ayuda a verificar el paso al calor y el otoño al frío. Ambas estaciones nos entrenan, nos ablandan. Son benéficas. Están muy bien colocadas, y no es de extrañar que el Corte Inglés viera en ellas dos oportunos y diferenciados nichos de mercado. Y los modistos y modistas dos puentes de estilo con las estaciones titulares: el catálogo de primavera-verano y el de otoño-invierno. La primavera nos ayuda a asomar la cabeza tras el invierno y el otoño nos invita a ir recogiéndonos en nuestras moradas tras la externalización veraniega. Nos atemperan. Nos alivian de la tensión de las altas y de las ínfimas temperaturas. Son, claro, estaciones seniors, cuando ya se es capaz de apreciar en los huesos y en los capilares -para bien y para mal- el más mínimo cambio de tempero; cuando el cuerpo se vuelve tan sensible como el cabello de los higómetros de fraile. Pero ya digo que el otoño al principio no estaba considerado. Leo que sólo mucho más tarde se vio la necesidad de su reconocimiento oficial y de su correspondiente denominación que, por lo visto, tiene que ver etimológicamente con la época de auge, de aumento, de plenitud. En el campo, y sobre todo en la vid. Porque, es curioso, asociamos el otoño con lo mustio y con «los salmos de las hojas secas», que diría Antonio Machado; con eso que llamamos 'lo otoñal', como una especie de baja edad media de la pasión y del ímpetu. Y sin embargo su primera referencia era, ya ven, el periodo de riqueza y de sabrosura. Y efectivamente, es el otoño una estación que te comerías a bocados por las esquinas. El otoño es el aroma de los pimientos asados para embotar. Rojos, verdes. Es éste un aroma, el de los pimientos sobre la rejilla con agujeros por las que asciende la brasa del carbón, que -paseas cerca de carreteras con huertas, pongamos la del Cortijo, o por el interior de los pueblos, de punta a cabo de la región- y forma, por su intensidad, una capa atmosférica autóctona. Una estratosfera del pimiento. El aroma del tomate cocinado para embotarlo también embriaga; o el de los higos camino de la confitura. Hasta el del atún, en orza. Y luego están los calabacines y las berenjenas: ultracuerpos de los buenos, de los que te transforman para bien, no como aquellos de la película. Y las ristras de pimientos, genialmente trenzadas, secándose en los balcones. Maravillosa guirnalda. Y el festival de melocotones y calabazas mitológicas que se exponen en la calle en San Mateo. Un Archimboldo, vaya. El otoño es un Archimboldo, donde cada órgano tiene su fruta o su hortaliza. El rostro completo del otoño. Y luego el aroma del mosto. Todo lo del vino, claro. El vino constituye una estación en sí mismo. Ya digo que, por lo que se cuenta, fue la vid, en la observación de su ciclo, desde la exhuberancia frutal del viñedo repleto al espectáculo pictórico de sus postrimerías, la que provocó la idea de un tramo del año, maduro y hermoso, al que llamaron otoño y que acababa en un no menos hermoso bodegón, de mondas doradas, raspones, huesos y migas. Y más adelante en las sonatas de Valle-Inclán o de Ingmar Bergman. Porque -hablando de música, la de las palabras en la de Valle y la de piano en la de Bergman- el otoño tiene, sí, dos tiempos (y tres movimientos), como ya dejó estipulado Vivaldi, que hizo de las estaciones un superventas y es disco de platino desde principios del siglo XVIII. Un tiempo Allegro, que abre cierra, y que pone sonido al auge, y un Adagio Molto, que imita la pasificación de las cosas y la somnolencia producida por el primer vino. Quedémonos, disfrutemos del momento, con el Allegro.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

larioja Sonata de otoño