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La fila era interminable, serpenteaba por las curvas apacibles del parque de la Ribera repleta de gente con la meta en Riojaforum. Una de las chicas que estaba justo delante de mí sacó de su mochila un ovillito de lana naranja y una aguja de ... ganchillo. Se lo dio a su compañera y fueron todo el camino entretenidas con eso. La de la mochila enseñaba a la otra chica: «Si ves que te queda mucho hueco, haz así». Frente a ellas otras dos chicas más jóvenes iban repasando alguna lección de idiomas. Se pasaban un papel y recitaban frases en algo parecido al alemán. Si yo fuera su profesor tendrían sobresaliente.
Fue en la tarde del lunes, durante uno de esos ratos del otoño en los que el sol derrama toda su energía final como para decirnos que es el mismo del verano, que no nos olvidemos de él. El viento aparecía y se iba, despeinando a todo el mundo y haciendo ese ruido revoltoso como de cascada de agua por las copas de los abedules y los chopos. A mi espalda procesionaban otros cientos de vecinos, no los miré mucho porque me giré dos veces y al ponerme la mano en la frente a modo de visera tenía pinta de loco, parecía el capitán de un barco buscando una costa perdida, un espanto. Pero alguien, por detrás de mí, se había traído al perro, un animal simpático y pequeño que se adelantaba, nos olisqueaba a todos y volvía con su amo totalmente indiferente a nuestro peregrinaje. Lo mejor es que la fila, aunque infinita, avanzaba.
Un tipo solitario jugaba al baloncesto en la cancha del parque. Tiró a canasta y encestó. Llegamos al palacio de congresos, que proyectaba una sombra pétrea y silenciosa por la que iban desfilando los que salían de la prueba. Una señora apareció lagrimeando y se secó los ojos con un pañuelito blanco de papel; las chicas del ganchillo la miraron y se dijeron algo. Una fila iba y otra venía, y muchos de los que salían sacaban el móvil para contarle a alguien la experiencia, justo lo que estoy haciendo yo: dejar constancia de ese Riojaforum rodeado de policías y lleno de sanitarios con trajes de protección. Para poder recordar algún día que todo esto pasó, que no lo soñamos.
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