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Gente que tiene maletas de viaje, buenas, resistentes, con ruedas trolly, que usa iphones y dispositivos electrónicos; que habían sacado entradas para asistir a un partido o a un ballet o a un concierto o a un Multiplex a ver una película en inglés; ... que habían quedado para pasar uno de estos fines de semana en el campo (no en un pasillo humanitario), con unos amigos; que se iban a casar esta primavera, que vivían juntos hombres y mujeres, que iban a mandar a una hija de Erasmus; que cogían el Metro, un buen Metro, con buenos andenes, bien iluminados (tan buenos que ahora son su único hogar, o para hablar con propiedad su único refugio); que tenían escuelas, librerías, bibliotecas, pubs, kioskos, clínicas veterinarias, floristerías, museos de aeronaves, de microminiaturas, de folklore, de la historia del aseo, de arqueología (tras dos semanas de guerra, manzanas enteras de edificios ya son arqueología), del agua mineral, del chocolate, de juguetes antiguos, del cognac, de cera, de Pushkin o de arte contemporáneo; ciudades con tráfico o declaradas Patrimonio de la Humanidad, preparadas para el turismo, césped en los jardines; gasolineras, clínicas de estética, hoteles, una Academia de Cine, vanguardia artística, un feminismo sólido, escritoras y escritores traducidos a varios idiomas, Oksana Zabuzhko, Maria Matios, Lina Kostenko, Yuri Androvich; gente moderna y que lleva buena ropa, anoraks de colores, sobre todo los niños, que compraba en franquicias, que sacaba dinero en cajeros automáticos, que usaban tarjetas de crédito; que van a ser padres próximamente, muchos por primera vez, que han pasado el COVID todos los miembros de la familia pero ya estaban bien, que el sábado iban en sus coches a hacer la compra al súper o al centro comercial, con los lineales perfectamente abastecidos, del Ultramarket o del Multimall o del Otomarket; que les funcionaba como a todo el mundo el internet, que se movían en las redes (ahora son otras redes, las que los atrapan); que tienen Estaciones de trenes de estilo Art Nouveau, con grandes vestíbulos, y hermosos teatros de Ópera (el de Odessa, por ejemplo), que llenaban los cafés, estupendos, que tienen su rica gastronomía, con sus platos de temporada, en breve un pan de pascua, vinos singulares, el blanco Aligoté, sobre todo; que los niños iban con sus mochilas al colegio, acompañados de abuelos y abuelas, gente que cuida de sus mascotas y no los abandonan nunca (ni en el éxodo, de hecho algunos de estos animales de compañía ahora son su única compañía); gente que se besaba en los puentes sobre los ríos, que hacían buen pan del día, que jugaban al ajedrez en los parques, que tenían buenos hospitales y maternidades, y estaciones de autobuses con pantallas que anunciaban las llegadas y las salidas de los autobuses; y equipos deportivos, con sus entrenadores, y grupos de chats y adolescentes que se grababan TikToks; ciudadanos que veían en la televisión, en los salones de estar de sus casas, los conflictos bélicos que se producían en otros países, lejanos, reporteros ucranianos que cubrían guerras extranjeras; que jugaban a videojuegos, que tenían previsto comenzar un curso en la universidad; gente con vida nocturna (ahora todo es vida nocturna, por subterránea y sin electricidad), una liga de fútbol (sus banquillos están ahora mismo acuartelados), qué decir del legendario Dinamo de Kiev; una escena musical con un pop nacional, con estrellas propias, Amatue, Nikita, Rusiana, bandas de rock electrónico, metal y raperos, The maneken, Jinjer, Aliona, pasarelas de moda y modelos famosas como Samy; ciudadanos que estaban pensando dónde ir en las próximas vacaciones, que admiran La Casa de Papel, que muchos hablan un español perfecto, que habían votado en unas elecciones democráticas en 2019, que comenzaron un año nuevo el día 1 de enero: son nosotros.

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