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La tragedia registrada el 24 de junio en la valla de Melilla, con una cifra de inmigrantes muertos que bascula entre los 23 admitidos por Marruecos y los 72 del cálculo de las ONG, continúa rodeada de interrogantes tres meses después. Sombras que atañen a ... la inadmisible falta de certeza sobre cuántas vidas se cobró la desbandada en busca de otro horizonte vital, un vacío agravado por la dificultad para identificar a los fallecidos; a que los registros catastrales y geográficos oficiales sitúen el gravísimo incidente en suelo español mientras el ministro del Interior lo niega, con las eventuales consecuencias jurídicas que ello pueda conllevar; y a que no se haya esclarecido hasta dónde fue la avalancha, por sí sola, la que desencadenó el drama y hasta qué punto contribuyó al mismo la respuesta represiva de las fuerzas marroquíes. Nadie puede negar, a la luz de las imágenes, la violencia del asalto ni que los subsaharianos iban tan armados como para constituir una amenaza. Pero el Gobierno no puede escudarse en esta evidencia para no tratar de esclarecer, en paralelo, si mediaron excesos de los agentes desplegados y, sobre todo, para desentenderse de los muertos que los datos ubican en nuestro territorio.
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